Malas noticias, otra vez...
from Niebla politik
No sé cuándo fue la última vez que recibí una buena noticia. Ya no recuerdo, entre tanto y tanto ruido, la vez en que un acontecimiento me causó fascinación hasta tal punto de recobrar la esperanza. Cuando llego a casa, enciendo la tele y hago zapping. Basura, basura y más basura es lo que hallo. Noticias viscerales, la bolsa de Wall Street tiembla fruto de un multimillonario engalanado con prendas teñidas de sangre, el genocidio persiste en Palestina, la crisis de la vivienda sigue damnificando a las clases populares. Nada halagüeño parece venir de aquellas noticias que nos bombardean raudas y veloces desde redacciones infestadas de vendedores del clickbait, cuyo impacto repercute en nuestra salud mental.
Y aquí entra la historia de un humilde servidor. Me formé en periodismo junto a otras compañeras y compañeros, con la supuesta vocación de tender puentes informativos entre la complejidad de este mundo y las masas afanosas por entenderlo. Desde la escuela de periodismo se nos enseñó la deontología profesional y de qué manera construimos “la noticia”. Que no todo podía ser noticiable, decían. Que hay que mantener la imparcialidad y objetividad, decían. Que un periodista es un mero observador, decían. A medida que transcurrían los días, las semanas y los meses, me fui percatando de que el poder mediático es mucho más obtuso que eso. E, inequívocamente, representa un arma que no está al servicio del pueblo, sino de la clase dominante.
El exvicepresidente y exsecretario general de Podemos, Pablo Iglesias, puede ser muchas cosas buenas o malas, pero a veces desvela un haz de verosimilitud dentro de las palabras que esboza cuando imparte clases. Recuerdo que en una de sus tantas lecciones en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología en la UCM, habló sobre la importancia de que la izquierda se apropiara del espacio mediático. Porque quien controla el discurso, controla, a su vez, lo que la gente piensa y siente, lo cual es crucial cuando se quiere propiciar un cambio social. Porque la gente olvida que, pese a la existencia de las redes sociales, los medios tradicionales siguen teniendo una capacidad de difusión inconmensurable, ya que encima están provistos del apoyo y de la connivencia tanto de la clase política como del gran capital.
Este sentimiento de desesperanza, de derrotismo, de pérdida de soberanía y control sobre aquello inmundo que acaece en nuestra realidad es alimentado por los MASS MEDIA. No importa si lees El País, The Guardian, The New York Times o Le Monde. No importa si ves el telediario o escuchas la radio. Todos los medios, ya sean “progresistas” o “conservadores”, caen en la misma tendencia destructiva. Incluso permea periódicos marginales dotados de prismas más subversivos. Nadie escapa de este regodeo en el lodo del nihilismo existencial. La miseria humana constituye el producto más rentable para estas empresas informativas. De modo que, la mercantilización del dolor provoca que continúe esta rueda de apatía e insensibilización sobre lo que ocurre delante de nuestras narices.
Ya no es sólo la sobreinformación, las fake news o la basura que fluye por el ciberespacio, sino el tono sombrío que impregna todo el debate público. Se contagia esa podredumbre la cual evita que actuemos ante las injusticias que violentan contra la dignidad humana. Se generan esas cámaras de eco cuyas lógicas dictaminan cómo se va a erigir el porvenir social. ¿Si no hay esperanza para qué luchar? A través de esta inoculación de negatividad es cuando extraviamos nuestra senda como colectivo y, por tanto, comienzan las desavenencias otra vez. Hay que abrir otras puertas en tanto que destaquemos los pequeños triunfos que se quedan debajo de la alfombra sin pena ni gloria. Así pues, intento alejarme de esta depresión informativa producto de las dinámicas del poder económico, en la medida en que recupere esa autonomía en aras de vislumbrar un horizonte que posibilite una alternativa a todo este embrollo. Es ahí, en los márgenes, donde radica la inspiración para transformar nuestro microcosmos.