La permacultura es un concepto de diseño que pretende crear hábitats homeostáticos y resilientes. Dicho de otro modo, diseñar bajo los principios de la permacultura es ayudar a la Naturaleza a generar sistemas dinámicamente estables, en cuyos ciclos biogeoquímicos estén integradas comunidades de animales humanos en las mejores condiciones posibles.
Es un error habitual considerar la permacultura como una práctica agroecológica en sentido estricto, aunque su origen está vinculado a ella. Permacultura no es agricultura, sino diseño iterativo, sensibilidad ambiental, ecosofía. Si acaso esta ambigüedad tiene una razón de ser, puesto que ningún ecosistema puede cerrar sus ciclos sin atender a las necesidades alimentarias de los seres que, con el mismo hecho de habitarlo, lo cocrean. Agricultura, pesca, ganadería, trashumancia, caza, recolección y la captación de agua dulce, y cómo se relacionan con la vivienda, han sido los principales condicionantes que han generado paisajes humanos, por encima del comercio, los ritos funerarios estudiados en arqueología o cualquier urbanismo racionalista planificado. Un vecindario, una bioregión o, a escala planetaria, la biosfera (Gaia), son sistemas complejos ecodiseñados con participación humana y no humana. Diseñar con permacultura significa reconectar cuidadosamente los flujos de trabajo y ocio, todas nuestras labores humanas, con las estrategias productivas y reproductivas que garantizan nuestra vida.
El diseño (occidental, contemporáneo) ha acuñado fórmulas como el “buen diseño” (Dieter Rams), el famoso “less is more” (Mies van der Rohe) o las “10 reglas del ecodiseño” (Conrad Luttrop y Jessica Lagerstedt) [Aviso de contenido: Greenwashing de Repsol], con puntos en común con la permacultura desarrollada en los años 70 por Bill Mollison y David Holmgren. Aun así, en general, todas estas propuestas tratan de forma compartimentada las diferentes características que hacen que un diseño sea un “buen diseño”: Lo accesible, lo saludable, lo sostenible, lo útil, lo duradero, lo socialmente responsable. Solo la permacultura ha aspirado a confrontar la cuestión de forma holística, considerando que todos estos atributos deseables están subordinados a un sistema mayor que los engloba. Un “ecodiseño” que obvia debates espinosos como la futilidad de su propia fabricación, la cantidad máxima de unidades a distribuir, la salud de las personas que lo fabrican, transportan, utilizan, y desguazan, las huellas materiales y energéticas asociadas, etc., es más bien un “ecoinvento”. Un gadget que es compatible con el capitalismo porque su función es mercantil y especulativa, no de uso, y cuya simple existencia nos aleja de los objetivos de estabilidad climática y transición ecológica. En cambio, los ecodiseños realmente eco como la Tecnología Apropiada (E.F. Schumacher) o el oficio artesanal frente al sucedáneo industrial (William Morris) simplemente no encajan. La estufa rocket construida con barro local de Schumacher o la cuchara de madera tallada a mano con paciencia y deleite de Morris son antagónicas a cualquier forma de “capitalismo verde” y de ecodiseño.
En el contexto actual, eco es sinónimo de innovador y eficiente. Estos dos términos son discutibles, pero fijémonos primero en la relación entre el objeto diseñado y su entorno, en el sistema completo. Como el hombre champiñón de Amaia Pérez Orozco, que aparece en la oficina a las 8:00, limpio, descansado y alimentado, los ecoinventos suelen aparecer en nuestras vidas desconectados de su fabricación y su transporte, descontextualizados de todo aquello, personas incluidas, que los han hecho posible. En el caso bien estudiado de la generación de energía eléctrica, llamaríamos ecoinvento a los “sistemas no renovables de captación temporal de flujos de energía renovable” (Manuel Casal Lodeiro) frente a las “renovables realmente renovables y emancipadoras” (Luis González Reyes), cuyos principios son perfectamente compatibles con las tres éticas de la permacultura: Cuidado de la Tierra (Earth Care), Cuidado de las Personas (People Care) y Compartir los Recursos (Fair Share), a veces enunciado como “gestionar la abundancia” o revertir las ganancias en las dos anteriores. (Y algo que Gonzalez Reyes vincula con el principio indígena de “cosecha honorable”). Necesitamos aplicar el mismo rigor sistémico al resto de ámbitos del diseño, incluido el digital. Las huellas ecológicas no son externalidades, no podemos taparlas bajo la alfombra, pero es que siempre hay más capas que las “resueltas” por las eco-soluciones del capitalismo verde. ¿Quién ha fabricado esto? ¿Con qué herramientas? ¿Qué materiales, cuanta energía? ¿Y para las herramientas, qué materiales, cuanta energía? ¿Y para las herramientas de las herramientas?
Materia y Energía suelen estar bien documentadas en los estudios ecologistas serios, pero ¿y la Información? Es decir, ¿quién y cómo se adquirió el conocimiento necesario para producir esto? ¿Y cómo hemos conseguido difundirlo para llevarlo a esta escala? Lógicamente, en el sistema socioeconómico actual cualquier esfuerzo por hacer un diseño accesible, biodegradable, libre de tóxicos y dependencias fósiles, socialmente beneficioso… que además sea emancipador, chocará con límites de precio y otros “condicionantes del mercado” impuestos por fuerza por las élites y muy probablemente tenga que conformarse con ocupar un nicho marginal. Deberíamos dejar de lamentarnos porque nuestros proyectos libres, redes fediversales, cooperativas de trabajo y productos ecológicos sean incapaces de competir con las “baratijas” de las que habla Morris y asumirlo como el escenario lógico desde el que planificar las alternativas. El capitalismo solo puede admitir un diseño verde exclusivo y excluyente (es decir, no inclusivo), que no entorpezca el flujo de plusvalías de producción o renta, ya sea en forma de verduras ecológicas o SUVs eléctricos, extraídas siempre de Sur a Norte y de oprimidas a privilegiadas. Mientras tanto, la verdadera economía circular asoma en los márgenes (en las redes sociales alternativas, en fertilizantes orgánicos no patentados, en Zonas a Defender (ZAD)…) pero esta clase de producto o de servicio es difícil de monetizar, por diseño. Al contrario, el conocimiento necesario para su replicabilidad ingresa rápidamente en el banco de saberes del procomún, y si no se extiende es, de nuevo, por el férreo control de las élites y sus monopolios, por los cercamientos, conseguidos a sangre, no sólo de los ciclos de Materia y Energía, sino también de Información. Con las gafas permaculturales puestas, vemos que la Naturaleza sigue maravillosamente el patrón del “buen diseño”. En un banco de semillas, la Materia, la Energía y la Información (genética) fluyen al ritmo que marcan las estaciones y es más frecuente tener que gestionar la abundancia que la escasez (salvo que la Información se pierda). Sin embargo, nos asalta la disonancia cognitiva y la ecoansiedad cuando queremos “vivir de ello”, (compatibilizarlo con el capitalismo) porque nadie en el mundo puede entender que un limón de importación se venda más barato que uno local, pero así es.
En todo diseño realmente eco se observa un uso inteligente y sensible de Materia, Energía e Información. Permacultura Digital es diseñar “pensando en sistemas” y atendiendo especialmente a esta última. Su puesta en práctica, como la permacultura en general, nos obliga a establecer una relación íntima con la Tierra y con la tierra, a considerar la economía de cuidados como un arte digno de estudio y celebración, y a fomentar la transmisión y reproductibilidad de los buenos diseños.
Al trasladar el término permacultura al ámbito del diseño tal como se entiende en occidente, nos encontramos con un abanico de disciplinas profesionales (diseño industrial, gráfico, arquitectónico, web…) interconectadas, pero separadas entre sí y poco permeables con la Economía Ecológica. Debemos asumir que nuestros diseños son sistemas que se relacionan con otros sistemas y forman parte de sistemas. Y también que quienes usan nuestros productos o servicios suelen ser personas, es decir, animales humanos. (Desde el anti-especismo, también podemos aplicar criterios de ergonomía al cuerpo de animales, o plantas, a quienes deberíamos considerar las usuarias finales de unas tijeras de podar). En cualquier caso, debemos reconocer que a) nuestros cuerpos tienen necesidades biológicas y limitaciones biofísicas, y b) que necesitamos coexistir con el resto de seres humanos y no-humanos, incluida la microbiota que conforma el holobionte humano (crucial en diseños relacionados con la alimentación y la salud).
Masanobu Fukuoka o Youngsang Cho nos invitan a observar antes de actuar, a cuidarnos de no afligir ningún daño al sistema natural, a no caer en la soberbia tecnolófila (Adrián Almazán). Pensando así la arquitectura, ¿cuántos edificios horrendos nos habríamos ahorrado? ¿Y cuantos deshaucios? En occidente teníamos proverbios como ˝In dubiis, abstine˝ o “Primum non nocere” que proponemos rescatar del olvido. Pensar en sistemas es aplicar el principio de precaución, siempre y en todos los ámbitos.
Imaginemos una carretera con una rotonda peligrosa. Es un ejemplo clarísimo de desprecio a la seguridad y al bienestar de las personas y del entorno. Una propuesta permacultural sería aplicar una técnica de urbanismo orgánico a la manera de Jane Jacobs, preguntando a las personas que cruzan no solo qué opinan, sino también qué sienten al cruzar la carretera temerariamente. Atender a los “desire paths” dibujados de forma natural por el paso de transeúntes y determinar así el trazado óptimo de los caminos es permacultura. En el ámbito digital, una tienda online con un sistema de compra engañoso o una app con un patrón oscuro que incita a aceptar cláusulas abusivas son recorridos de usuario (diseño UI-UX) y pueden ser entendidos como rotondas peligrosas, o peor, diseñadas con malas intenciones.
Como inciso, cuando hablamos de Permacultura Digital no nos referimos a una permacultura “virtual”. No proponemos una versión avatarizada de prácticas permaculturales analógicas. Sugerir eso sería aceptar que las personas pueden habitar en metaversos, sin Materia. Esto es una idea transhumanista incompatible con la ética ecofeminista, puesto que ignora deliberadamente la corresponsabilidad en el cuidado de nuestros cuerpos. Así pues, ni Permacultura es un huerto ecológico, ni Permacultura Digital es una app contra el desperdicio de alimentos, pero la Permacultura de la Información pretendería complementar propuestas ecosocialistas centradas en Materia y Energía poniendo el foco en la importancia de la Información en la era postindustrial, como ha hecho el Capitalismo Cognitivo a partir del Capitalismo Industrial.
El riesgo de este falso desplazamiento conceptual no es menor, ya que la “e-metáfora” está muy integrada en el lenguaje y el subconsciente colectivo. Consideramos el ciberespacio como un espacio, con todo tipo de analogías con el mundo no-digital. Al protocolo IMAP/SMTP lo llamamos “correo”, a los servidores que guardan datos, “la nube”, a recabar información, “navegar”… empezando por los términos “carpeta” y “archivo”, que no son ni lo uno ni lo otro. Este ha sido el marco simbólico que ha permitido hacernos creer que las máquinas “aprenden” y “alucinan”. Como ha escrito recientemente Naomi Klein, las IA no alucinan, pero sus creadores sí. (Cuando piensan que así arreglarán la crisis climática o que mejorarán las condiciones laborales de la clase trabajadora).
Hablar de Permacultura Digital, por tanto, sería hablar de una forma de practicar la Permacultura que es pertinente en nuestro aquí y ahora, pero que no tiene por qué ser relevante en sociedades humanas no-digitales, pasadas, presentes o futuras. Para una aproximación civilizatoria más amplia, podríamos hablar de “Permacultura de la Información”. Esa idea amplia, aun por concretar, entroncaría con la visión antropológica y mejor documentada de Adrián Almazán y su Técnica y Tecnología: Cómo conversar con un tecnolófilo.
Como primer ejercicio, hemos tratado de atribuir las Tres Éticas de la Permacultura a nuestras prácticas diarias digitales. Como ya hemos enunciado, la Permacultura propone tres principios éticos: Cuidado de la Tierra (Earth Care), Cuidado de las Personas (People Care) y Compartir los Recursos (Fair Share). Haciendo una simple traslación de conceptos, admito que un poco forzada, pero honesta y útil como punto de partida, las Tres Éticas de la Permacultura Digital podrían ser:
1. Cuidar la Infraestructura y el Código
2. Cuidar las Conexiones Humanas
3. La Ética P2P
Si estos 3 principios sirven para algo, deberían poder utilizarse como directrices para valorar todo aquello que denominamos “ecodiseño”, desde un cierto agnosticismo de las herramientas digitales preferidas y siendo críticos con todas ellas (en tanto sabemos que nuestra sociedad está hiper-digitalizada). Los tres principios no explican cómo hacer un “uso responsable de la tecnología”, cómo construir “comunidades digitales saludables”, cómo acabar con “el Capitalismo de Vigilancia”, etc., pero son una brújula que puede orientar nuestras prácticas diarias, a la vez que filtran y desenmascaran la propaganda de cualquier “ecoinvento” o green washing. En cuanto a las consecuencias prácticas y concretas que derivan de esta reflexión, me remito a los proyectos Tecnoafecciones y Comunalidad Digital del colectivo Sursiendo y al proyecto Komunikilo de Rita Barrachina, principales fuentes de inspiración de la idea.
Para acabar, una breve reflexión sobre los conceptos de eficiencia e innovación anteriormente citados. Si aspiramos a diseñar ciclos cerrados (o casi) tanto en lo físico como en lo digital, debemos sustituir el sentido lineal, acumulativo y exponencial del marco temporal por uno circular y cíclico, más parecido a la realidad astronómica del planeta y al de las sociedades no-digitales que nos precedieron. Así como mayor eficiencia, en la sociedad industrial crecentista, deriva en mayor consumo (Paradoja de Jevons), mayor innovación implica, necesariamente, menos reutilización de lo ya inventado, es decir, más trabajo y peor ciclado. El hardware, el software y nuestras prácticas digitales deberían poder crecer y decrecer sin que lo uno se considere social y económicamente mejor que lo otro. ¿Pero es posible diseñar un programa tan robusto, tan alejado de las demandas del mercado, y tan autolimitado por simplicidad voluntaria que tras el 1.9, no queramos un 2.0?
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