El móvil se renueva
y el viejo Qtek
deja paso a un hache te ce
que ahora es nuevo,
sin estrenar siquiera.
El ansia por conocerlo
no empaña otras pasiones
como la de escribir conque,
hermosa palabra que me encanta.
El placer de tocar la pantalla,
que no sus teclas,
verla iluminada de novedades,
que imaginadas,
revolotean en las neuronas
en imágenes virtuales;
un placer no tan grande
como contarlas,
decirlas,
escribirlas,
alinearlas en palabras golosas.
No es el placer de hacer llamadas
el que se esconde
sino ese de jugar a mirar utilidades
que se desconocen.
De cualquier forma
primero escribo conque,
disfruto con la hermosa palabra,
y después empezaré con las instrucciones
del nuevo móvil,
mío,
no de la compañía.
Me lo regalaban
por un contrato sin sustancia
que no me valía
ni me hacia falta
pero que pagaba
aunque usara menos,
y si usaba más
pagaba bastante más.
No me hizo gracia.
Me encantan las palabras.
Libertad.
Por ejemplo.
Compartir contigo
también es para mí,
solidaridad de amigo
o algo así.
Sin regalos, con cariño
y sin deberes futuros,
si lo necesito yo lo uso,
si lo necesitas lo usas tú.
Si hiciéramos así todo el mundo
tendríamos un mundo más azul
y menos lleno de humo.
Compartir,
solidaridad,
dos palabras para un mundo feliz,
para ver el sol salir
al levantarte cada mañana.
Dos hermosas palabras.
Hay más.
Una parrilla.
Entre sus barras cilíndricas
se cuela la grasa,
gotas que cuelgan, resbalan;
empiezan chicas,
engordan y se agrandan
mientras abandonan la carne;
pesan, se despegan, caen
encima de las brasas
que flamean;
se queman.
Son gotas que ya no me engordan.
Una mirada golosa.
Templarios,
leyendas de un pasado
sin olvidar,
depende de la novela que los dibuja
leerlos buenos o malos,
guerreros o monjes sin más.
Templario,
ilustre figura
y caballero quemado
liberado ya del crimen equivocado
por un papa cristiano.
Templarios.
Otro papa los condenó
a subir al cadalso.
¿Culpables de inocencia?
¡Por qué no!
Siete siglos después de la condena
son perdonados
los entonces muertos y robados.
Templarios.
Después de que su Iglesia
los arrastró por el suelo
Cristo los habrá encariñado
en el calor de su pecho
todos estos cientos de años
como a tantos otros perjudicados
por la Roma que predica
con las manos llenas de cruces que brillan.
Templarios.
Los anillos eran de plata fina
y de oro con quilates.
Hoy se siguen construyendo catedrales
de tamaño gigante.
Eran, y siguen siendo, muy grandes.
Anillos bestiales.
No resulta tan todopoderoso un Dios
que sigue necesitando tamaños homenajes.
Sin tener iglesia,
ni grande ni pequeña,
ni anillos, ni pulseras,
por mí murió.
Él fue un templario del amor.
La ilusión de tener un libro
es saber que puedo leerlo,
con la esperanza de hacerlo.
Algunos los almaceno
para consultarlos.
No tengo tantos pero sé,
o creo que sé,
que todos no los leeré.
Seguiré comprando
porque al mirarlos,
sin tan siquiera tocarlos,
solo la forma ya me dice algo.
Chavales,
como lo fui yo,
pequeño en edades;
chiquillos,
aún más pequeños
como todos fuimos;
niños,
todavía soy un niño
que aprende de los que saben;
eternamente joven
para los que no me conocen.
Tempranas edades.
El agua, de fuego viva
en una máquina infernal,
gotas que purifican
disparadas enanas
por las aspas de metal,
una por encima,
la otra sobre el agua
que arde en el suelo,
géiseres del infierno,
lluvia que moja y abrasa
los restos de un manjar
que ya es ayer.
Vendrá después
el aire seco a desertizar
las superficies empapadas,
las de colores y las blancas,
las que son metálicas
y también las de cerámica.
Todas las caras brillarán
y llegará el reposo,
el descanso ansiado
y el sueño en un armario
en ausencia de los ojos.
Hasta la próxima comida
en la que, ya puesta la mesa,
iniciará junto a la servilleta
la singladura repetida
una esclavizada vajilla.
Después de crear un universo entero
para ti y para mi
vino a hacerse muerto
por ti y por mí.
Y por otros.
Fue Dios.
Por todo ello
no creo que nos desee sufriendo.
Tanto amor
ha de ser para que podamos disfrutarlo
con pasión.
Así nos hizo.
Pensando así como pienso
me hizo a mí.
A ti tal como tú piensas.
Si te hizo.
Si crees de otra forma
hazlo a tu manera,
sin hacer daño a otras personas,
sin molestar siquiera.
No hace falta que yo crea
pero sí que viva con plenitud la vida.
Vive tú la tuya y sonríe.
No me importa que creas o no creas,
me importa que sonrías
si es lo que deseas.
Y que seas.
¡Vive!
Como quieras.
El universo de tu ojo,
el ala de una mariposa,
toco los colores en las formas
con todos mis ojos.
La belleza regalada empapa en mi mirada,
revienta en los meandros de mis sesos revueltos,
besa las eses que serpentean y piensan
la luz que les llega
a mis ojos verdes,
explota insolente.
Es la obra de la naturaleza que descansa.
En tu ojo quizás tu alma.
Todavía me queda otra ala que mirar,
extasiar de luz el cráneo con ansia
de ver volar.
Aún me queda un ojo que mirarte,
galaxias,
un cosmos total
se mostrará detrás de mis pupilas
para volver a pensarte.
Dos alas.
Tú en dos ojos
llenas la nada
y lo tienes todo.