Lo ya escrito

Lo que escribí en otros sitios.

El móvil se renueva y el viejo Qtek deja paso a un hache te ce que ahora es nuevo, sin estrenar siquiera. El ansia por conocerlo no empaña otras pasiones como la de escribir conque, hermosa palabra que me encanta. El placer de tocar la pantalla, que no sus teclas, verla iluminada de novedades, que imaginadas, revolotean en las neuronas en imágenes virtuales; un placer no tan grande como contarlas, decirlas, escribirlas, alinearlas en palabras golosas.

No es el placer de hacer llamadas el que se esconde sino ese de jugar a mirar utilidades que se desconocen. De cualquier forma primero escribo conque, disfruto con la hermosa palabra, y después empezaré con las instrucciones del nuevo móvil, mío, no de la compañía.

Me lo regalaban por un contrato sin sustancia que no me valía ni me hacia falta pero que pagaba aunque usara menos, y si usaba más pagaba bastante más. No me hizo gracia. Me encantan las palabras. Libertad. Por ejemplo.

Compartir contigo también es para mí, solidaridad de amigo o algo así. Sin regalos, con cariño y sin deberes futuros, si lo necesito yo lo uso, si lo necesitas lo usas tú. Si hiciéramos así todo el mundo tendríamos un mundo más azul y menos lleno de humo.

Compartir, solidaridad, dos palabras para un mundo feliz, para ver el sol salir al levantarte cada mañana. Dos hermosas palabras. Hay más.

Una parrilla. Entre sus barras cilíndricas se cuela la grasa, gotas que cuelgan, resbalan; empiezan chicas, engordan y se agrandan mientras abandonan la carne; pesan, se despegan, caen encima de las brasas que flamean; se queman. Son gotas que ya no me engordan. Una mirada golosa.

Templarios, leyendas de un pasado sin olvidar, depende de la novela que los dibuja leerlos buenos o malos, guerreros o monjes sin más.

Templario, ilustre figura y caballero quemado liberado ya del crimen equivocado por un papa cristiano.

Templarios. Otro papa los condenó a subir al cadalso. ¿Culpables de inocencia? ¡Por qué no! Siete siglos después de la condena son perdonados los entonces muertos y robados.

Templarios. Después de que su Iglesia los arrastró por el suelo Cristo los habrá encariñado en el calor de su pecho todos estos cientos de años como a tantos otros perjudicados por la Roma que predica con las manos llenas de cruces que brillan.

Templarios. Los anillos eran de plata fina y de oro con quilates. Hoy se siguen construyendo catedrales de tamaño gigante. Eran, y siguen siendo, muy grandes. Anillos bestiales.

No resulta tan todopoderoso un Dios que sigue necesitando tamaños homenajes. Sin tener iglesia, ni grande ni pequeña, ni anillos, ni pulseras, por mí murió. Él fue un templario del amor.

Quieres saber cuánto eres en el espacio que siente entre mis dos sienes.

Lo contrario de la nada no sé lo que es, lo que es la nada tampoco lo sé. Nunca la vi, nunca la sentí ni fuera ni dentro de mí.

¿Y en ti?

Tú eres algo más, tampoco sé cómo se define en el espacio la eternidad. ¡Infinita! Eso ya sé lo que significa.

¡Imagina!

Si en una gota piensas un jardín de rosas y llenas de océano el universo creo que todos los pétalos olerían un poco en lo que siento.

Ya sé que exagero, sería un aroma niño en otro infinito. O un aliento en un sueño eterno.

No preguntes cuánto te quiero.

La ilusión de tener un libro es saber que puedo leerlo, con la esperanza de hacerlo. Algunos los almaceno para consultarlos. No tengo tantos pero sé, o creo que sé, que todos no los leeré. Seguiré comprando porque al mirarlos, sin tan siquiera tocarlos, solo la forma ya me dice algo.

Lee. Es vicio.

Chavales, como lo fui yo, pequeño en edades; chiquillos, aún más pequeños como todos fuimos; niños, todavía soy un niño que aprende de los que saben; eternamente joven para los que no me conocen. Tempranas edades.

Edades

Cielo azul, mar azul, la luz.

Eternamente la luz.

El agua, de fuego viva en una máquina infernal, gotas que purifican disparadas enanas por las aspas de metal, una por encima, la otra sobre el agua que arde en el suelo, géiseres del infierno, lluvia que moja y abrasa los restos de un manjar que ya es ayer.

Vendrá después el aire seco a desertizar las superficies empapadas, las de colores y las blancas, las que son metálicas y también las de cerámica. Todas las caras brillarán y llegará el reposo, el descanso ansiado y el sueño en un armario en ausencia de los ojos.

Hasta la próxima comida en la que, ya puesta la mesa, iniciará junto a la servilleta la singladura repetida una esclavizada vajilla.

Al menos tres veces al día.

Después de crear un universo entero para ti y para mi vino a hacerse muerto por ti y por mí. Y por otros. Fue Dios. Por todo ello no creo que nos desee sufriendo. Tanto amor ha de ser para que podamos disfrutarlo con pasión. Así nos hizo. Pensando así como pienso me hizo a mí. A ti tal como tú piensas. Si te hizo. Si crees de otra forma hazlo a tu manera, sin hacer daño a otras personas, sin molestar siquiera. No hace falta que yo crea pero sí que viva con plenitud la vida. Vive tú la tuya y sonríe. No me importa que creas o no creas, me importa que sonrías si es lo que deseas. Y que seas. ¡Vive! Como quieras.

El universo de tu ojo, el ala de una mariposa, toco los colores en las formas con todos mis ojos.

La belleza regalada empapa en mi mirada, revienta en los meandros de mis sesos revueltos, besa las eses que serpentean y piensan la luz que les llega a mis ojos verdes, explota insolente. Es la obra de la naturaleza que descansa. En tu ojo quizás tu alma.

Todavía me queda otra ala que mirar, extasiar de luz el cráneo con ansia de ver volar. Aún me queda un ojo que mirarte, galaxias, un cosmos total se mostrará detrás de mis pupilas para volver a pensarte.

Dos alas. Tú en dos ojos llenas la nada y lo tienes todo.