Esclavizada

El agua, de fuego viva en una máquina infernal, gotas que purifican disparadas enanas por las aspas de metal, una por encima, la otra sobre el agua que arde en el suelo, géiseres del infierno, lluvia que moja y abrasa los restos de un manjar que ya es ayer.

Vendrá después el aire seco a desertizar las superficies empapadas, las de colores y las blancas, las que son metálicas y también las de cerámica. Todas las caras brillarán y llegará el reposo, el descanso ansiado y el sueño en un armario en ausencia de los ojos.

Hasta la próxima comida en la que, ya puesta la mesa, iniciará junto a la servilleta la singladura repetida una esclavizada vajilla.

Al menos tres veces al día.