sicigia

Blog de historias varias y reflexiones en torno a la escritura.

En ocasiones hay historias que se atascan cuando escribimos. Tal vez no nos termina de gustar su desarrollo, quizá nos supera su complejidad. En cualquier caso no es el momento de continuar. Toca valorar si interrumpir la escritura de ese texto y pasar a otro. A veces cuesta porque hubo un momento en el que tuvimos convencimiento.

Hay una sensación de frustración y de fracaso, de no haber sido capaces. Quizá centrarse más en lo aprendido, sea de la escritura o de nosotras mismas. De preferencias y límites. Se descubre que hay temas que preferimos no abordar o que aún hay un recorrido para adquirir habilidades en la escritura.

Abandonar una historia no tiene que ser un fin definitivo. Más tarde se puede regresar con otra versión o con nuevas capacidades. El caso es mantenerse en movimiento. No aporta tanto quedarse en un rincón rumiando ideas del tipo «no valgo» o «no sirvo» para escribir.

Cuando una historia se pone cuesta arriba, ¿te cuesta cambiar a otra o te empeñas en seguir a pesar del esfuerzo?


Si quieres conocer el origen creativo de los relatos puedes leerlo en https://www.sicigiacreativa.com/comunidad

Laura y Enrique salieron del cine. Ella alegre y contenta, él con paso lento y gesto tenso.

—Quique, ¿estás bien?

—De maravilla. —Sonrió de manera forzada.

—Venga, que no me lo creo ni yo. Vamos a tomar un café en una terraza, que hace buena temperatura.

Localizaron una cafetería cercana y eligieron mesa. Con sus cafés delante retomaron la conversación.

—No te ha gustado la peli de miedo, ¿verdad?

Silencio elocuente.

—Te he visto encogido en la silla. Y cerrabas los ojos cuando aparecía el monstruo.

—No sé cómo lo disfrutas…

—Tiene su punto esa sensación de tensión sabiendo que no es real. ¿Por qué has venido?

—Llevabas tiempo hablándome de la película, te veía ilusionada con el estreno. Quería… quería compartir un momento juntos.

—¿A costa de que uno de los dos lo pase mal? No lo veo. Para que podamos disfrutarlo los dos, ambos nos tenemos que sentir bien. ¿No te parece?

—Tienes razón.

—A ti te encantan los juegos de rol. Y me gusta oír hablar de las partidas que echas con el grupo. Pero no me pidas que juegue contigo una. Se me hace muy complicado y lioso. Prefiero encontrar puntos en común pero sin forzarme.

Enrique asintió. Entendió el valor de sus palabras.

—El cine me gusta.

—No el de terror. —Enrique negó con la cabeza.

—Entonces cuando vayamos juntos escojamos otro tipo de películas.

—¿Me abrazarás esta noche?

—Sí, mucho y fuerte. Te estrujaré hasta que escurras todo el miedo que se te ha colado dentro.

Enrique le sonrió y le acarició la mano a modo de agradecimiento.


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Un niño jugaba en el parque cuando al caerse se rozó contra el suelo y se desgarró el pantalón. Lloros inmediatos de la criatura por el susto y el golpe, lloros a la noche del pantalón por el desgarro en la tela.

—Tengo un agujero tremendo en la pernera derecha. Eso… eso no hay quien lo cosa. Ya no volverán a vestirme. Además apenas tenía un par de usos, era nuevo… ¡Buaaaaah!

El pantalón se lamentaba sin consuelo. Se sentía triste, inútil y feo. Nadie lo iba a apreciar en ese estado. Oyéndolo, un pantalón más viejo se arrastró desde el fondo del armario y se le acercó. Lo enrolló entre sus largas perneras y lo abrazó.

—Tú necesitas un parche para ese desgarrón —le dijo en voz baja y cariñosa—. Así serás un pantalón… ¡pirata!

El pantalón nuevo sonrió al imaginarse. Se sentía mejor.

—¿Y dónde consigo el parche?

—Yo podría aportar parte de mi tela. Hace mucho tiempo que me retiraron y no me usan. Me gustaría ayudarte.

—Eres muy generoso, pantalón veterano.

—Quiero seguir aportando aun en el retiro. Tijeras, ¿haces los honores?

—Yo soy unas tijeras escolares, no puedo con tu tela vaquera. Habrá que decirle como mínimo a las tijeras de cocina.

Después de convocarlas, las tijeras de cocina se presentaron en la habitación sigilosas. Unos libros se encargaron de tensar la pernera del pantalón veterano. El pantalón nuevo se mantuvo al lado de su compañero para que no se sintiera solo. Rato después el pantalón veterano quedaba asimétrico de las perneras.

Los libros le entregaron el retal al pantalón nuevo.

—Tenlo cerca para que puedan usarlo. Yo regreso a mi rincón en el armario. Espero que próximamente me cuentes tus aventuras piratas.

Al día siguiente en la casa se extrañaron de encontrar un retal vaquero junto al pantalón desgarrado. Sin embargo, prefirieron no hacer preguntas y lo usaron para remendar. El pantalón nuevo tuvo que soportar el dolor de la aguja de la máquina de coser. Pensó entonces en el pantalón veterano y aguantó con valentía.

Días después volvía a salir a la calle vistiendo al niño. Incluso lo enseñaban con orgullo, como un hecho original y singular. El pantalón nuevo no se olvidó de contar su nueva vida a su compañero veterano y con el tiempo hicieron una gran amistad.


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En la escritura hay muchos comienzos. La primera vez que se escribe un relato, una novela, una poesía. Incluso dentro de estos formatos, podemos iniciarnos en un nuevo tema. De escribir mayor mente fantasía a un estilo realista, dar un paso en la temática de terror, en lo romántico o en el humor.

Cada vez que empezamos en un nuevo ámbito de la escritura más que centrarnos en la inexperiencia y torpeza iniciales, tal vez podríamos fijarnos en esas primeras sensaciones. Esa sensibilidad, curiosidad cuando todo está por descubrir. Donde a falta de referencias y costumbre todo es importante, relevante.

Después ya irá asentando el conocimiento con la costumbre, la habilidad se desarrollará, pero esos primeros pasos entre vacilantes y admirados solo se experimentan al principio de forma efímera.

¿Cómo vives los comienzos en la escritura? ¿Con curiosidad, temor, satisfacción?


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Julia se acercó a la habitación que tenían como despacho en la casa. Ahí estaba Olga concentrada al ordenador.

—Toc, toc —se anunció Julia al llegar a la puerta. Llevaba un vaso de agua a Olga—. Servicio de habitaciones.

—Oh, gracias. —Olga tomó el vaso y bebió—. Todo un detalle.

—Una excusa para interrumpirte. ¿Estudiando?

—Sí, la certificación del trabajo que tengo que sacarme.

—Deberían daros tiempo en la propia oficina para prepararla, no solo el tiempo del examen.

—Bastante que nos pagan las tasas de examen, es todo un negocio.

—¿Y quién me paga a mí tu ausencia un domingo por la tarde? —Olga la miró con extrañeza—. En serio, necesitas más descanso, desconexión del trabajo, relajarte. Anda déjame.

Olga empujó con las piernas la silla de ruedas y se apartó. Julia tecleó en el ordenador y empezó a sonar una música suave con trinos de pájaros en un bosque.

—Uy, eso me duerme —respondió Olga—. Voy a intentarlo yo.

Poco después sonaba un piano.

—Esto está más animado, aunque sigue siendo lento y melódico —comentó Olga.

—Perfecto para bailar suave.

Julia inició unos pasos de baile.

—¿Me vas a dejar sola ahora también? —Giró en la silla a Olga y le tendió una mano. Ella sonrió y recogió la mano que la invitaba.

Olga comenzó con unos movimientos para desentumecer las extremidades. El cuello, los hombros, las piernas, las muñecas. Demasiado tiempo sentada. Después buscó el ritmo de la melodía y lo siguió. Julia la observó y ladeó la cabeza, dio un paso hacia ella. Abrió un brazo y le rodeó despacio la cintura. Bailaron abrazadas. Olga puso la cabeza sobre el hombro de su compañera de baile.

Julia subió un brazo y le rascó la nuca. Le respondió un suspiro junto a un ronroneo. Con la otra mano buscó su piel bajo la camiseta. Le acarició la espalda con delicadeza. Olga dio un beso en la base del cuello.

—Eh, no quiero babas en mi camiseta favorita —dijo Julia divertida. Momentos después se había quitado la prenda, estaba en ropa interior. Entonces Olga la abrazó más fuerte y le dio un suave mordisco en el hombro. Las manos de Julia subían la holgada camiseta de Olga. Poco después las dos prendas se hacía compañía sobre la silla.

Continuaba el baile entre caricias, abrazos y algún beso. Bailaban sintiéndose, disfrutándose, lento, intenso. Era un momento vivido y compartido. La canción alcanzó los últimos compases. Julia fue rápida y detuvo la reproducción antes de que saltara algún anuncio que quebrara el ambiente creado.

Se miraron a los ojos en la tenue luz que se filtraba por la persiana bajada a medias. Se sonrieron con sinceridad.

—Me ha encantado este baile, lo has hecho especial —confesó Olga.

—Ay, demasiado estudio en tu cabeza. Eres estupenda. ¿Te parece si preparamos una cena temprana y fresca? Con certificado de calidad.

Sin recoger las camisetas se dirigieron a la cocina y prepararon una rica cena mientras compartían sus impresiones del día y sus inquietudes.


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En un texto no siempre hay paz entre los signos de puntuación. En esta ocasión el punto, duro y dominante, quería apartar a las comas. Las veía como pausas innecesarias, para separar las oraciones ya estaba él, suficiente. Los otros signos no tardaron en tomar partido. La exclamación alta y alargada iba con punto, ya que además era uno de sus componentes. Por su parte interrogación se decantó por las comas dada su similitud en la curvatura.

La discusión se centró sobre quién es más importante, si los puntos o las comas.

—Se puede escribir un texto sin comas, pero no sin puntos.

—Intenta construir una oración larga sin comas, te ahogas en el intento.

—Los puntos son directos, breves y certeros.

—Las comas tienen una elegante curva y aportan muchos matices.

Entonces cansada de oírlos parlotear intervino la raya de diálogo.

—Los signos de puntuación, desde los más frecuentes a los más escasos, son valiosos y útiles. Hay momentos en que una coma, un punto, una exclamación o quien sea marca una diferencia crucial. Cada cual aporta en su momento.

—Mira, a quien se puede quitar de en medio es a la raya —sugirió el punto—. Un texto con solo narración y arreglado.

—Orgulloso, te encanta despreciar. ¿Qué hay de la voz directa y clara de los personajes en una escena? No todo tiene que ser estilo indirecto —se defendió la raya.

—Bah, palabrería barata y de adorno. Todos valiosos, qué maravilla —dijo con ironía la coma. En algo parecían estar de acuerdo el punto y la coma.

—Hola, ¿se puede? —se oyó una voz al fondo—. ¿Alguien se acuerda de mí?

Era el punto y coma.

—Estoy muy triste de oíros discutir así. Yo soy el punto y coma. Si decidís apartar a las comas, ¿yo qué hago? Si me voy con las comas, me mirarán mal porque considerarán mi parte de punto como un recuerdo traidor. Si me quedo con los puntos, algo parecido pero al revés.

El resto de signos lo escuchaban con atención.

—Soy el punto y coma y no puedo partirme en dos o dejaría de ser quien soy. Me quedaría solo y aislado sin poder juntarme con nadie. Si ya casi estoy olvidado, entonces sería aún peor. ¿Eso es lo que queréis con vuestra discusión?

El punto y la coma se miraron con incomodidad. Aquello no era palabrería superficial, era la realidad de un compañero de puntuación.

—Esto… yo no quiero que punto y coma se quede solo… —dijo la coma.

—Yo… yo tampoco… —dijo el punto.

—¿Y si hacemos las paces? —propuso la coma.

—Vale, pero no me quites el protagonismo —dijo el punto.

—Prometo no aparecer más de lo necesario.

Y así fue como en aquel texto volvió la tranquilidad para todos los signos de puntuación, incluido el punto y coma.


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