Beso de vaso
El vaso de la cocina estaba harto de que lo besaran al beber, de que lo chocaran con otros vasos al brindar. No le gustaba que lo frotaran al lavar y luego al secar. Más que nada, porque no podía elegir. Se sentía que lo sobaban aquí y allá, que él no podía elegir. Así que se volvió gruñón y cascarrabias.
Una noche, en el silencio de la casa, el reloj de la cocina se interesó por el cambio de humor del vaso. Este se lo explicó refunfuñando. Cada día estaba de peor carácter. Y eso se notaba en su trato con otros utensilios.
—Vaso, como sigas rehuyendo al estropajo cuando estás lleno de jabón, un día vas a resbalar y hacerte trizas. ¿Es lo que quieres?
—Lo que quiero es poder elegir por una vez quién me toca y me roza.
—¿Y qué te gustaría?
El vaso se quedó en silencio.
—¿Vaso?
—Bueno… Veo la alfombra del pasillo y siento curiosidad por tocarla. Por rodar sobre ella. Igual es un poco extraño, no sé.
—Es un deseo tuyo y no es complicado de cumplir. Igual pedías que te secaran con un trapo de seda. De eso no hay en la casa.
—¿Y cómo llego yo a la alfombra? Desde esta balda hay mucha altura al suelo.
—Pediremos ayuda. ¿Taburete?
El aludido se agitó al sentirse llamado.
—Acerca la cesta del gato y ponla bajo la balda.
El taburete obedeció. No hubo problema porque la mascota se había ido con la familia a la casa de veraneo.
—¿Quieres que me tire al cojín de la cesta del gato?
—Caerás sobre mullido.
El vaso, tras vacilar unos segundos, se acercó al borde y finalmente se dejó caer. De ahí asomó por encima de la cesta y a saltos atravesó la cocina. De ahí llegó al pasillo y a la ansiada alfombra. Miró a un lado y a otro con recelo como si algo pudiera interponerse. Una vez tranquilo, saltó sobre la alfombra, se tumbó de lado y empezó a rodar.
Al principio con precaución y luego con más entusiasmo. Estaba muy contento al poder completar su deseo. Después de un rato y bastante cansado, volvió a la cocina.
—¿Y ahora cómo vuelvo a la balda, reloj de pared?
—Haremos una escalera con el taburete, las cazuelas y la caja de galletas, ¿te parece?
—Un poco arriesgado, aunque ahora me encuentro tan bien que estoy dispuesto a ello.
Y con habilidad y maña el vaso volvió a su balda. Desde aquel día dejó de ser tan gruñón y refunfuñar tanto mientras recordaba sus momentos divertidos en la alfombra del pasillo.
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