Alcantarilla
Las ardillas del parque jugaban al béisbol cuando no había nadie que las viera. Esto solía ser a última hora de la tarde, cuando los últimos paseantes se alejaban antes de que cerraran las altas puertas enrejadas de los accesos. Usaban como bola papel de aluminio arrugado en el que introducían piedrecitas del estanque para darle peso. Para batear se valían de palos de polo.
Un tarde de verano, cuando las sombras eran muy largas y se acercaba al anochecer, estaban jugando con gran emoción. Entonces la ardilla bateadora golpeó la bola con enorme fuerza y salió de los límites del campo. Siguieron la trayectoria de la esfera para comprobar con decepción cómo se colaba entre las rendijas de una alcantarilla.
Se pusieron a discutir qué hacer. El partido estaba muy animado y no era cuestión de perder mucho tiempo. ¿Fabricar una nueva bola? Llevaría un rato y crearía unas nuevas condiciones. No les convenció la idea. Tenían que recuperar esa bola. Intentaron meter el palo de polo por la rendija de la alcantarilla, pero no alcanzaba, estaba demasiado profunda.
Los minutos pasaban con gran tensión. Una gaviota graznó en lo alto de un tejado ajena a su situación. Sin embargo, despertó la creatividad de una de las ardillas. Pescar, necesitaban pescar la bola. Y para ello hacía falta sedal y un anzuelo. La cuestión era conseguirlo.
Aprovecharon la hora tardía y un par de ardillas exploradoras salieron del parque. Cruzaron con mucho cuidado la carretera y se ocultaron tras un puesto de helados junto al paseo marítimo. Allí chistaron varias veces hasta que acudió un cangrejo de las rocas. Le contaron su necesidad y le preguntaron si podía ayudarlas.
El cangrejo se quedó pensativo un rato, pero después asintió con la cabeza. El cangrejo se acercó a las rocas donde vivía en la parte baja del paseo. Se colocó en la zona de los pescadores y cuando uno de ellos recogía un sedal vacío, cortó con sus pinzas la parte final. Recogió sedal y anzuelo y volvió donde las ardillas.
Ellas lo recibieron con gran alegría. El cangrejo les pidió a cambio alguna de las piedras del estanque del parque. Le gustaba hacer malabares con ellas porque eran más redondeadas y fáciles de manejar. Las ardillas aceptaron el trato y prometieron que al día siguiente le llevarían lo que había pedido.
De vuelta a la alcantarilla, metieron el anzuelo con el sedal por la rendija. Esta vez era lo suficientemente largo como para llegar a la bola. Un poco de habilidad, otro poco de maña y una pizca de suerte, la bola de aluminio se enganchó en el anzuelo y poco después pasaba entre las rendijas. Las ardillas gritaron de alegría al ver recuperada su preciada bola.
Retomaron el partido y cuando se resolvió, volvieron cansadas y satisfechas a sus agujeros de los árboles. Al día siguiente no se olvidaron de cumplir la promesa hecha al cangrejo, el cual se puso muy contento con sus piedras del estanque.
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