Una madrugada de noviembre
lectura feliz
como siempre
como siempre que paseo por ahí.
La magia de la luz
y una lectura feliz,
fractales blancos
en un papiro azul
del pasado
y en este de aquí.
Escribid
que mañana volveré a venir
a leer en las madejas de lana,
en los azules paños,
o en ambos,
todas vuestras palabras
y los trinos de los pájaros.
Grandes y redondos
oscuros y tan hermosos,
así son los dos
tuyos los ojos.
Grandes y carnosos
tus labios rojos,
sabor gozoso
el mirarlos hermosos.
Trazos de placer loco
orlados en cabellos cortos
que de tan hermosos
dibujan perfecto tu rostro.
Cuerpo hermoso
de los tobillos a los ojos,
sedoso.
El pecho, glorioso.
Solo me quedas en el recuerdo
y en las letras de unos versos,
en el fondo negro imaginado
el perfil elegante y silueteado,
bello, escultórico, de tu cuerpo.
Encadenados a la chapuza
se repiten las malas obras
como bestiales mulas
que tiran de la misma forma
sin que en ellas influya
el hacer bien las cosas
y sí clavar afilada pulla
en el esfuerzo de quien venga ahora.
Una y una y una,
una vez y otra
el rencor encona
y con cada obra la cadena engorda.
Burra, burra, burra,
no aprenderás nunca.
Mula, mula, mula,
que se fastidie quien viene ahora
con la misma mala uva.
En una ocasión, una,
llega una persona,
alguien que ayuda,
con calma y buena obra
mientras disfruta
la cadena queda rota,
con la buena obra
adelgaza y se hace nada
el problema que encadenaba.
Tanta cólera y una sonrisa bastaba.
Anclado el pensamiento
quieto, quieto, quieto,
avanzar es un cuento.
Personas en el tren,
coincidencias,
vagones repetidos,
distintas vivencias
en las mismas caras que otra vez se ven,
saludos de días distintos
sin conocer.
Yo y tú
sobre el tren.
En el túnel no ves
sin luz
pero sientes las sonrisas de cada día
porque cada día viajamos nuestra vida,
yo, el tren y tú.
Vidas que se cruzan,
que acompañan,
que se juntan,
se separan,
velocidad y vértigo,
un poquito de miedo.
Despertar
a una vida que azota
de verdad,
no es pequeña cosa.
Pronto empezarán
a castigar tu niña persona
e intentarán
comprarla toda.
Aún sin nacer
y ya eres carroña
de quien va a ser
aquel que te compra.
Naces debiendo
lo que antes hicieron tus padres,
ya naces debiendo
lo que aún no vales.
Quieren que debas lo que eres
y que yo no lo niegue.
Todos esperamos que tú lo cambies.
No es que seamos incapaces,
somos vagos,
somos cómodos,
somos miedosos,
somos pobres de cráneo,
parados intelectuales.
Aunque no deja de ser bello
embadurnado en humano velo
el fondo está pintado en negro.
Pero será bello.
Cristal de agua que desciende
desde el iris de tus cielos
en ríos de amor que hierven
hasta la fuente de tus besos,
mientras la sonrisa del niño se aparta
tu lengua asoma y bebe,
tus labios vuelven a beber
el rostro de niño, ahora, después,
beso eterno de corazón eterno,
el cristal vuelve a descender,
la lengua a beber,
detenido tiempo.
Madre, con tus besos
son tus ojos fuente de los versos
en lágrimas de mujer.
Vaciáis los cielos
llenáis los mares
lágrimas de madre
perlas en el beso
Inteligencia vacía llena de dinero.
Un día fuiste niño, así te hicieron,
hoy con el cráneo ya podrido y hueco
el salvarte ha de costarte el averno.
Tu cielo en el seco bolsillo repleto
y la vida perdida en... ¡Piénsalo!
Quizás sea parecido a un desierto.
Los meandros de un cerebro con minúsculas
empapelados con algún que otro bono basura.
¡Cómo me gusta!
Tan lleno.
Tan vacío.
El mismo sitio.
El mismo tiempo.
Escribiendo otra vez,
placer,
un placer que me fascina
como la velocidad del aire al viento
o a la mosca pasear sobre la golosina.
Escribiendo
me divierto cual pequeño enano que, sonriendo,
brinca por el campo
disfrutando sin cesar cada momento,
desde el principio hasta el fin.
Porque sí,
porque escribir me gusta tanto
que escribo cuando voy en tren,
en el autobús,
también en uno primero y en el otro después.
En el coche, si conduces tú,
y quieres,
también puedo escribir
para mí y para ti.
Me gusta
como la tierra a la cara vista de la luna.
Cerca del cielo
y más de veinte letras para escribir,
firmamentos
para repetir y repetir.
Sin avisar, la banda de Borbotón
con alevosía cogió por sorpresa
incluso al aire que se respira
atravesando en pleno follón
el estrecho desfiladero que queda
entre la planicie jaspeada de Uña
y la hendidura profunda y roja
del largo apéndice del medio
al que llaman con el sobrenombre,
rimbombante y regordete, de Corazón.
En tromba apretujada todos los secuaces
corrían apresurados persiguiendo a alguien
o como si escaparan de una cárcel.
En la otra mano, ya lejana en la distancia,
con miedo, el apurado filo se había retirado
permaneciendo apartado y escondido
sintiéndose airadamente perseguido
por la pandilla de fieros y repentinos asaltantes.
En toda la amplitud del extenso valle
resonó en vibrante aullido, espeluznante,
el más terrorífico de los alaridos.
Enseguida
miles de hábiles albañiles
se reunieron herramienta en ristre
en torno a la pandilla que escapaba
comenzando, en frenético baile,
a tapiar con eficacia la salida.
No fue un instante
pero la punzante herida
término, más bien pronto, por taponarse,
dejando otra vez atrapada en la larga celda
a La Sangre.
Borbotón corría ahora por Las Venas
y todos sus fervientes seguidores le seguían
buscando la siguiente herida.
Con la fuerza de los corazones
ansiaban escapar a borbotones.
Desconocidos.
Más feos que la araña,
hermosa por enana,
por no conocidos.