Antiguas
viejas
feudales
comerciales
urbes hoy renacidas sin aire.
Nuevas,
grandes ciudades
o en tamaño austeras,
capitales,
principales,
algunas inmensas,
insensibles todas,
ciegas,
sordas.
Siempre llenas de corazones que laten
sueños de los habitantes,
paraísos de unos
para otros son cárceles.
Ruidos.
El ruido infernal
se adueña del día a día
como si se escuchase el mal,
habitual,
la polución angelical
una más
en disfraz que encierra al averno
en su seno,
demonio que corroe
las córneas en los ojos
y lo que miran,
las narices y lo que respiran
en azufre que se esconde
y en otros feos despojos,
demonio que corroe los pulmones,
los pies y lo que pisan,
las aguas, residuales,
asco a mares que riega las venas
cargadas de basura que envenena,
ríos de penas,
cansado de dibujar grandes ciudades
cierro el tema.
Recogido,
un rincón de vida,
sitio por donde caminan
estos pasos que vivo.
Un libro es del mundo un trocito,
de alguien la memoria arrancada
y la imaginación copiada,
leídas en el libro.
Vuelven a copiarlas dos ojos
y después las leen otros dos,
miradas repetidas sin tiempos
en cerebros sin distancias
mágicamente las guardan
con desatino o con cariño,
leídas verbo a verbo
en el libro leído.
Cada brizna de hierba es un libro de la naturaleza
que nunca podremos leer porque nuestra vida
termina casi cuando empieza
y este verde solo en aroma dura como toda la poesía
que además de escrita pensar se pueda
en nuestra historia niña.
Imagínate si además de oler la brizna la piensas
y la miras.
Renglones que se leen
en imágenes que se miran,
hablando de vida
no importa la muerte,
hablar de muerte
es vivir la vida.
Cazador, tú que cazas
con cartuchos que matan
eres valiente en la distancia.
Grande tu inteligencia
demuestra que la pieza
es más lenta que la bala,
cuando no fallas.
Son años de experiencia
y de cultura sabia.
Me daría vergüenza
idear en mi cabeza
el camino de la bala
desde el cañón de mi escopeta
hasta partirle el alma
a la más fiera de las bestias,
a la más ruin de las alimañas,
solo por pasar la mañana.
Eso a mí, no te engañes
y tampoco te extrañes.
El tuyo a mí,
ese que es tu placer,
ese sí es un placer que a mí,
como no lo entiendo
después de haber jugado a ello,
a mí me extraña.
Quizás como a ti
las salidas y las entradas
en el perfil que dibujan las líneas de estas palabras.
Se me llenó de vida el alma
al ver tu mirada empapada en lágrimas
de océana calma.
Tus ojos,
leídas todas aquellas páginas
escritas para tu gozo,
hablaban en ti de hermosa emoción
y mi corazón desbocado cabalgaba
latiendo sin pausa
el sentir del amor.
Sé productivo.
Es, creo, el más mentado aforismo,
que desean sagrado y fundamental,
quizás también el más corto y tenaz,
de este pobre y mal heredado siglo.
Pero ¿Qué quiere decir?
¿Qué es lo que eso es?
Producir dinero es el quiz
del que impera con el verbo ser.
Y está bien, pero ¿Para qué?
Es evidente el objetivo si lo que produces es vida,
si sencillamente ayudas a los demás a vivirla
o también si ayudas a que se disfrute la tuya,
a que la disfruten los demás mientras tú disfrutas.
Mil doscientos millones de personas viven en La India.
Debía parecer imposible
sin exaltar la violencia y la sangre
de un pueblo que era esclavo,
pero a mediados del siglo pasado
la independencia fue posible.
Gandhi,
ciento sesenta y cuatro centímetros,
lo mataron,
mas consiguió su objetivo
aunque no fue fácil.
Aunque no fue en dinero rico
Gandhi fue un hombre productivo,
el producto por él obtenido
me parece más sabio
y, para todos, más práctico.
Siglos enteros en las almenas gastadas por el tiempo
desde que el caballero hizo del sitio su asiento,
incansable el polvo barre las abandonadas piedras
que en el día de su amanecer se pensaron eternas.
Castillo del tiempo,
patrimonio que apartado quedas de las necesitadas manos,
propiedad que pudiendo usar cualquier trabajador proletario
barbecheas solo, desusado, descuidado, abandonado, viejo.
Piedras en el olvido
a rastras del tiempo
que se va perdiendo
en el silencio a gritos.
Piedras ya muy gastadas
entre las telas de las arañas
que tejen la enrevesada memoria
en marañas de desconocida historia.
Hoy mueren, del trabajo perdidas, piedras
que de señoras han venido en la miseria,
olvidadas todas ellas en inútil existencia.
El hombre no puede cavar en sus tierras.
Atesoradas en pocas manos que lejanas reposan
se hacen fértil paraíso de todas las malas hierbas.
Vivo sin creer lo que escribo en estas letras penosas,
escribo sin creer lo que escribo de tan triste paradoja.
Hombre muerto de hambre que suda sangre a su vacía sombra.
Sentir de aire.
Una canción sin notas
que pentagrameadas se lean
escrita en la oteada naturaleza,
sentida en etéreo baile
en las sensibles napias
barridas de fragancia,
basta con la mirada sola
bebiendo toda la belleza
para escucharla toda
y mejor sentirla,
basta con oler lo que se mira.
No podrás quedarte quieta
mientras las obligadas neuronas
trabajan y no te dejan
caminar sobre esa brizna sin vivirla.
El placer,
verde prado
éxtasis de miel paladeada
en dos pupilas penetrada
mientras la nariz, llena ya de esencia,
participa en el onírico orgasmo,
en el no conocido palpitar del alma,
vuelve a nacer.
Siempre así
cual preciosa eternidad
siempre estará ahí
toda esa hermosura regalada,
creación sin par
en perpetuo renacer.
Belleza.
Porque es así
la vivo
haciéndome falta poco más,
el aire que respiro,
dormir y despertar,
saborear al comer,
ver, oler.
Para disfrutar al vivir
he aquí la naturaleza,
no hace falta más.
En la cocina camina
una bacteria enana,
sin verla pasa el que abrillanta
y sin darle importancia
la arrastra y la limpia
de una sola pasada
con su bayeta de microfibras.
Eterna lucha despiadada
entre quien maneja el trapo
y un ejército que mancha
y crece rápido todo el rato.
Óxido que pinta
la superficie desinfectada,
acero que no se oxida
más allá de la primera capa.