Pares de remos repetidos
con ritmo
juegan todos juntos
al unísono,
empujados por la fuerza,
tremenda,
de los remeros que reman.
Antes de Orio, en el río se ven
desde el tren.
En un autobús donostiarra
nos paramos
durante un rato bastante largo
mientras por delante pasa,
por la calle perpendicular que atraviesa a la nuestra,
una carrera.
Corren mujeres y hombres
más bien jóvenes.
Nos fuimos.
Comentó el conductor mientras parábamos
que hoy cambiamos el camino
camino del Antiguo
debido a la gente que corre.
El Antiguo es un barrio de San Sebastián
al que ahora hemos llegado,
nos incorporamos
corriendo paralelo a los corredores,
como los de la carta de antes,
por el carril de al lado.
Corredores de la calle.
Escapamos,
camino de Zarautz.
Ya salimos de la capital.
En domingo, día de fiesta,
corremos por la carretera vieja
de la mano de las vías del tren.
Con el tren nos iremos cruzando
y viajando a su lado.
Urbil,
el centro comercial,
aquí está otra vez el ferrocarril
que no supo hacer parada
cuando las tiendas nacieron,
tampoco después
que hicieron obra justo ahí
y, teniendo la parada hecha,
no pudo ser,
no sé por qué.
Menos mal que aprovechó el bus
y, modificando su recorrido anciano,
nos trae por aquí.
Paramos en la plaza del Ayuntamiento
de Usurbil,
pequeña y coqueta,
los árboles recién podados.
Nos lanzamos camino de Aginaga
mirando el río
que a tramos nos acompaña.
En Aginaga miro el vivero de los centollos
cerrado por ser fin de semana.
Viuda de Jerónimo
e Hijos
se llama.
Mientras escribía nos hemos ido
en pos de Orio,
el Oria a nuestro costado,
como al camino de hierro del tren
lo seguimos también.
Hemos llegado al pueblo,
aquí cruzamos el río,
frente a la estación,
y subimos, camino de Zarautz,
hacia el Alto de Orio.
Adelantamos a los ciclistas
en la subida
y ya, descendiendo,
detrás de otro corremos
hasta sobrepasarlo.
Ya estamos llegando,
me paro.
Salvo los cambios
y me bajo.
Chao.