Balas de plata,
bonitas palabras
en poesía escritas,
mortíferas si matan.
Las mismas palabras,
ideas distintas.
¡Qué fácil nos engañan!
La publicidad nos agasaja
con parecida magia,
es cuestión de que elijas la marca
que siendo la más cara
es una ganga.
Imprescindible en tu vida.
Compra y paga, ya tardas.
Una princesa.
Un castillo.
Presa.
Mal empieza lo que escribo.
Un bandido la encierra,
el camino,
espacio entre aquí y su vera.
En nuestro poder dos llaves
la liberan,
su gracia
y quien disfruta con ella,
la sonrisa que mis labios atrapan
cuando leen sus palabras.
Ya brinca,
ya corre libre y viva.
Acabo de leerla.
Las flores blancas miran al sol,
las rosas rojas también.
Es lo mismo que hizo el girasol
ayer,
lo vi yo,
lo persiguió desde el amanecer
hasta que el horizonte lo tapó.
Mañana volverá a aparecer,
el sol,
lo sé,
lo sé yo,
y la lechuga se bañará como cada día
en su luz.
Son las sonrisas y alegrías
de una naturaleza llena de vida.
¿Y yo?
Como tú.
Triste miseria,
si miro al sol me ciega.
Ya han nacido.
En invierno no molestaban
ni un poquito
y ahora, en la calentura de la noche,
aguijonean la vena y atrapan,
embriagados,
la sangre roja y líquida que corre
en ríos de glóbulos rojos y blancos
por dentro de mis brazos,
por la espalda,
por la mejilla derecha
o justo por debajo
de la piel de la izquierda.
O en el interior de la frente.
O en el cuello.
O en una pierna.
O donde pueden.
Todavía unos niños
de color negro,
así me parecen,
así lo creo,
duelen
los malditos mosquitos
barrigudos y nocturnos
que no dejan intacto
ni un trocito de piel si me destapo.
Entre las sábanas,
en el inframundo,
me escondo y oculto
cada centímetro de piel sana.
Me duermo.
Hasta mañana,
que ya están llenos.
Es que te soñé.
A los veinte no vacacionaba.
Con los treinta nunca vacacioné.
Cuando era un niño chico lo hacía
por el suelo de la sierra,
en la falda de la montaña más alta
que descansa en Galicia.
Veranos de fiesta.
Vivíamos al lado
cuando vacacionábamos,
yo era niño y ella era niña.
El resto del año vivíamos cerca
y lejos como extraños.
Después de un trozo de vida
le gustan las palabras
me dijo.
Lo dejó escrito.
Estas las dejo yo escritas
mientras la pienso.
Escondida.
Tan lejos como un beso que no recuerdo.
Tan cerca como su belleza en mi memoria.
Allá,
(tiene que darme unos besos
cuando lejos sea historia),
en la falda de la montaña más alta
vacacionaba guapa.
Mi vecina.
Hermosa sonrisa.
Ayer te soñé.
Yo soy átomos.
Yo soy un montón de átomos.
Yo soy un conjunto ordenado de átomos.
Así me decían cuando yo era un pequeño enano.
Los átomos tienen electrones.
Los átomos también tienen protones.
Los átomos también tienen, además, neutrones.
Ahora que soy grande me dicen que también hay quarks.
Quizás yo sea algo más.
Quizás yo tenga algo más.
Quizás en mí haya algo más.
Ayer, hoy, y también para mañana,
quiero para nosotros toda la felicidad.
Quiero la tuya, la mía, la de los demás.
Quiero que nos queramos cada vez más.
El color de una lágrima
es hermoso escrito en una página.
Un libro de lágrimas
ha de ser algo así como el secreto de la magia.
Latidos de corazones vivos.
Las palabras, balas blancas que calman el alma.
Moscas,
machadianas,
hermosas,
tertulianas de mis venas,
vientres de mi sangre
espesa y roja,
panzas brillantes
de estirada forma
en negro y verde,
damas de mis noches
en sueño penitente,
elevado goce
después de saciarse,
desenclavarme y marcharse.
En estrechos minutos de tiempo discreto
sin momento pequeño para la rima
mi cerebro cansado se olvida y duerme...
Imaginando cerca de las nubes,
un paseo,
miro en el mar, desde él suben,
no las veo,
invisibles, enanas evaporadas,
más tarde bajan,
ya no estaré entre sábanas blancas,
no las veré,
pero si ahora suben luego bajan,
casi lo sé.