Lo ya escrito

Lo que escribí en otros sitios.

Balas de plata, bonitas palabras en poesía escritas, mortíferas si matan. Las mismas palabras, ideas distintas. ¡Qué fácil nos engañan! La publicidad nos agasaja con parecida magia, es cuestión de que elijas la marca que siendo la más cara es una ganga. Imprescindible en tu vida. Compra y paga, ya tardas.

Una princesa. Un castillo. Presa. Mal empieza lo que escribo. Un bandido la encierra, el camino, espacio entre aquí y su vera. En nuestro poder dos llaves la liberan, su gracia y quien disfruta con ella, la sonrisa que mis labios atrapan cuando leen sus palabras. Ya brinca, ya corre libre y viva. Acabo de leerla.

Las flores blancas miran al sol, las rosas rojas también. Es lo mismo que hizo el girasol ayer, lo vi yo, lo persiguió desde el amanecer hasta que el horizonte lo tapó. Mañana volverá a aparecer, el sol, lo sé, lo sé yo, y la lechuga se bañará como cada día en su luz. Son las sonrisas y alegrías de una naturaleza llena de vida. ¿Y yo? Como tú. Triste miseria, si miro al sol me ciega.

Ya han nacido. En invierno no molestaban ni un poquito y ahora, en la calentura de la noche, aguijonean la vena y atrapan, embriagados, la sangre roja y líquida que corre en ríos de glóbulos rojos y blancos por dentro de mis brazos, por la espalda, por la mejilla derecha o justo por debajo de la piel de la izquierda. O en el interior de la frente. O en el cuello. O en una pierna. O donde pueden. Todavía unos niños de color negro, así me parecen, así lo creo, duelen los malditos mosquitos barrigudos y nocturnos que no dejan intacto ni un trocito de piel si me destapo. Entre las sábanas, en el inframundo, me escondo y oculto cada centímetro de piel sana. Me duermo. Hasta mañana, que ya están llenos.

Es que te soñé. A los veinte no vacacionaba. Con los treinta nunca vacacioné. Cuando era un niño chico lo hacía por el suelo de la sierra, en la falda de la montaña más alta que descansa en Galicia. Veranos de fiesta. Vivíamos al lado cuando vacacionábamos, yo era niño y ella era niña. El resto del año vivíamos cerca y lejos como extraños. Después de un trozo de vida le gustan las palabras me dijo. Lo dejó escrito. Estas las dejo yo escritas mientras la pienso. Escondida. Tan lejos como un beso que no recuerdo. Tan cerca como su belleza en mi memoria. Allá, (tiene que darme unos besos cuando lejos sea historia), en la falda de la montaña más alta vacacionaba guapa. Mi vecina. Hermosa sonrisa. Ayer te soñé.

Miran dos ojos, tu firma, dos niñas. ¿Como osos? Tus pupilas. Feroces lobos.

Salpica sangre roja, huida entre los labios de la herida. Gota a gota. En ti sola. Mi vida ni lo nota.

La aguja en tu boca angustia, te gastas toda en mi vida boba. Mi culpa te roba. Te agobia. Te asola.

Tus lágrimas las lloras todas, tú sola. Me ves no saber, no hacer. No preguntar qué.

El fuego en mi pecho ¿Aliento? Un desierto si no sientes que te quiero. Si no sé hacerte ser. Nunca sé. Sentí, pero nunca fui.

Yo soy átomos. Yo soy un montón de átomos. Yo soy un conjunto ordenado de átomos. Así me decían cuando yo era un pequeño enano. Los átomos tienen electrones. Los átomos también tienen protones. Los átomos también tienen, además, neutrones. Ahora que soy grande me dicen que también hay quarks. Quizás yo sea algo más. Quizás yo tenga algo más. Quizás en mí haya algo más. Ayer, hoy, y también para mañana, quiero para nosotros toda la felicidad. Quiero la tuya, la mía, la de los demás. Quiero que nos queramos cada vez más.

El color de una lágrima es hermoso escrito en una página. Un libro de lágrimas ha de ser algo así como el secreto de la magia. Latidos de corazones vivos. Las palabras, balas blancas que calman el alma.

Moscas, machadianas, hermosas, tertulianas de mis venas, vientres de mi sangre espesa y roja, panzas brillantes de estirada forma en negro y verde, damas de mis noches en sueño penitente, elevado goce después de saciarse, desenclavarme y marcharse.

En estrechos minutos de tiempo discreto sin momento pequeño para la rima mi cerebro cansado se olvida y duerme...

Eran mosquitos pero Machado me puede.

Imaginando cerca de las nubes, un paseo, miro en el mar, desde él suben, no las veo, invisibles, enanas evaporadas, más tarde bajan, ya no estaré entre sábanas blancas, no las veré, pero si ahora suben luego bajan, casi lo sé.

Un sueño de lluvia