Lo ya escrito

Lo que escribí en otros sitios.

Cien millones de años tiene la primera flor y nosotros pensamos que con unos días al sol somos los amos.

Nos creo equivocados, inteligentes, pobres de mente, niños sonrientes aún no sabios.

Cien millones de años vistiendo de color son un montón de años en este planeta de barro con rayos de sol y sin arados.

A lo mejor, entre ella y yo, ser flor no es lo peor.

Cien millones de años de flores

Mentira, mentira, mentira, la clave de la política en nuestros días. Dos mil doce, años ha que no importa mentir al pobre.

Hay libros que pasan ante la mirada, hay libros en donde los ojos se detienen, hay libros en los que las pupilas se sorprenden sobresaltadas, hay libros en los que pasando todo, o nada, se sienten.

Sea como sea lo que lees y sientas lo que sientas al leer de lo que lees y de lo que sientes nunca te avergüences.

Aunque no lo entiendas si lo disfrutas lee. Que cómo se entiende, me preguntas, se disfruta como la música aún siendo china y cantada en inglés.

Amenazada, después de las brasas aguardaba se cumpliera la ya dictada sentencia, ser despedazada ahora carne ya muerta.

El cuchillo, de madera el mango y dentado el filo de inoxidable acero, brillante, despiadado, fiero, se abalanzó serrano sobre el blanco cadalso, el plato. La carne, casi cruda, recibió el tajo y, sangrante, clavadas las puyas delgadas y profundas del tenedor enhiesto; aguardó quieta el viaje singular que, atravesando el aire, la llevaría en trayectoria circular entre los amarillos dientes en la caverna de la boca. El hambre, mucha o poca siempre sin par enemiga, esperaba a alimentarse trozo a trozo con el filete de ternera. De la ternera fallecida.

Otra vez el cuchillo se clavó hondo, segando, en un nuevo pedazo.

La ternera comida por la bestia a cachos.

Otra comida de otro día.

Esclavo del juego probablemente pierdes. ¡Vaya rostro que tiene mi gobierno! Acierte quien acierte él gana siempre y no tiene reparo en jugar contigo a la suerte esquilmando tu trabajo. Él gana siempre, tú pierdes. Probablemente. No depende de cómo juegues, él nunca pierde. Es lotería del inocente. Si lo hiciera un tahúr callejero lo detienen, es cosa suya el juego y de unos pocos con licencia. Es una vergüenza.

Perfume toda eres tú aroma, flor que no posas modelo entre todas las cosas, violeta, amarilla, roja, azul... Las frecuencias de la luz en las flores son todas.

Hoy he visto colonia publicitada en letras de gala escritas en un frasco de cristal y color publicidad, a una flor blanca se fue mi memoria a mirar. No sé el porqué del color, sí sé el de la flor.

Aroma de flor

Ella sola, esperando una nota perfumada de rosa que no llegó.

Hoy sabe que no era el sol el que no escribió. Gracias les dio a Dios, al sol, al papel de la hoja que no existió y al nuevo amor.

Chocan, rebotan y vuelan, tres gotas que explotan en la camisa nueva.

Lejía, fuerza viva que salpica. Escribámoslo con una sonrisa.

Más vivir y menos bobadas, yo también sé que dijo sí la duquesa de La casa de Alba. Ya no le veo la importancia, pero se la ve la prensa entera de la nación de España, se casó hace unas semanas y aún es noticia su excelencia por la tontería más pequeña que la señera y regia prensa decida panderetear en el papel o en la vertical pantalla. Pronto llegaremos a ver, y también a leer, cómo se llamaría el niño. Seguramente ya lo han escrito y me lo he perdido.

El Rey de la selva hunde la pierna y se avería la cadera. En cazar piensa la real calavera.

Tiro a tiro mata. Sangre derramada, vidas que no valen nada, placer antiguo.

La caza, una niña y el hambre. Tanto esfuerzo para caminar tan lejos a tantas niñas darían carne que la caza hoy no la entiende el cerebro.

El Rey extraño dibujado por no saber de hambre, de niñas que acarrean agua a sus padres. Solo sangre.

Rupestre es la cueva en donde duele la masa que piensa en la caza y no en verde.

Valores que sin entenderse el placer lo anteponen a mantener el nombre de la niña que muere.

El precio de una bala llenaría la selva de magia con hogazas, sonrisas y miradas alegres de niños y de niñas.

Fin de reinado, fin de la confianza, fin de una casa que en lo privado ya no reina nada.

Entre la maleza o a la altura del barro como se habla en mi barrio, así se ha dibujado la realeza.

Ella sola y con brocha gorda.