El cuchillo
Amenazada, después de las brasas aguardaba se cumpliera la ya dictada sentencia, ser despedazada ahora carne ya muerta.
El cuchillo, de madera el mango y dentado el filo de inoxidable acero, brillante, despiadado, fiero, se abalanzó serrano sobre el blanco cadalso, el plato. La carne, casi cruda, recibió el tajo y, sangrante, clavadas las puyas delgadas y profundas del tenedor enhiesto; aguardó quieta el viaje singular que, atravesando el aire, la llevaría en trayectoria circular entre los amarillos dientes en la caverna de la boca. El hambre, mucha o poca siempre sin par enemiga, esperaba a alimentarse trozo a trozo con el filete de ternera. De la ternera fallecida.
Otra vez el cuchillo se clavó hondo, segando, en un nuevo pedazo.
La ternera comida por la bestia a cachos.
Otra comida de otro día.