Identidad como ecosistema

Nota previa: Dice la canción de Gabo Ferro que Irse es volver a volver. Me fui y dejé de honrar lo que quise que fuese ritual. Es igual. He vuelto. Ni siquiera es jueves. He vuelto. Vamos allá.

Primero, al viajar como viajara años atrás a ese lugar que fue hogar durante tantas vueltas al sol, el olor en sí ya me trajo sensación vibrante y un “has vuelto”.

Lo segundo que viene es el abrazo de cuerpos que hacía años que no habías tocado, su energía, su manera de mirarte y quererte. Algo vuelve a ti, entonces. A lo mutuo de la existencia. Nos vemos.

Tercero. Se hace extraño volver a fluir en ese lenguaje, y a la vez, algo en la voz que sale de mí a través de ello me cambia las maneras. Ese lenguaje que, en la historia de lo vivido en este cuerpo, fue canal de transformación profunda: de búsqueda de identidad, de hacerme sentirme de ya no cría más, sino mujer; lengua de declararme en rebelión abierta; lengua de brujería, reino plantae y reino fungi. Lengua de lo eterno.

Cuando pasaron unos días en mi viaje por aquella isla, me vi sorprendida de lo mucho que mi identidad se sentía distinta a la que “me definía” en la península de la que procedía esta vez y de la que migré hacía unos años antes de volver a volver. Me pregunté ¿por qué? ¿para qué?.

Y entonces vino la pregunta: ¿Puede ser que identidad se comporte como ecosistema? (nota: esta idea no es originaria mía. La he oído de varias voces en varios momentos. La pregunta no me la había hecho nunca en serio, creo)

...

¿Qué te emerge al pensar en identidad?

A mí, sin pararme a pensar ahora: soledad, yo, pertenencia; algo que te encaja, te etiqueta y te aprieta. ¿Trabajo?. Statu quo. Inercia. Contra corriente. Cultura. Contracultura. Trauma. Revolución. Superficie. Ancestral.

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Nada más llegar de vuelta a la península que vio este cuerpo nacer, abrazo el libro de Andreas Webber: “Matter and desire, an erotic ecology (1)” /Materia y deseo: una ecología erótica. , que me tiene como bajo encantamiento, y me toca el capítulo que se llama Embrace / abrazo.

Vengo a traducir aquí algunos cachos de los que me hicieron retumbar al leer, pensando en esto de identidad como ecosistema.

En este libro Weber investiga desde el EROS, entendido tradicionalmente como el impulso hacia ti misma, y el impulso hacia la plenitud de los vínculos. El impulso hacia estar viva. Estar viva como experiencia es estar en relación.

Escribe lo que llama una primera aproximación a las “leyes del intercambio erótico”, que dicen así:

Nota: puedes verlas en inglés al pie de esta entrada, bajo el número 2.

  1. Cada participante sólo puede producir su vitalidad por sí mismo y no puede adquirirla a través de otro.

  2. Para sentirnos vivas, debemos dar vida a los demás. El TÚ precede al YO.

  3. La ofrenda del otro es un regalo, no una recompensa por un servicio.

  4. A través de la devolución de este regalo -la otra criatura que me ve en mi realidad- puedo llegar a ser lo que soy.

  5. Una relación tiene éxito cuando aumenta la vitalidad de todas.

  6. Una relación tiene éxito cuando todas pueden revelar sus necesidades.

  7. Toda relación es imperfecta. Su imperfección es lo que le permite seguir desarrollándose.

  8. Una relación es unidad en la separación.

  9. Cada miembra del vínculo es dueña de su propia muerte.

  10. Una relación es juego.

  11. Una relación transforma constantemente a ambas miembras del vínculo, de modo que cada una se percibe y se conoce a sí misma a través de un aspecto de la otra.

  12. Una relación es un sistema nervioso.

Ah...

...

Dejo a Weber atrás unos días después y escribo canal. Así:

Identidad, dicen los ecos, es escosistema. Quiero decir, me refiero, a que no se es en soledad casi nada, y el hastio entra por ventanas y puertas como brisa putrecienta y no te deja fluir, ni en refrescante fluir ni en descoponerse, que es vida también. Entonces, identidad es ecosistema, significa para mí sentirme capaz de ofrecer toma de tierra cuando escucho lo que me cuentan, y entonces significo algo para ellas y entonces, nuestra identidad transmuta un poco, ciertamente, y ya no es exactamente lo que era. Nunca estática parece, la verdad, ahora que lo comentas. A la orilla del río, mi identidad es ya no la que estaba perezosa y encerrada hace dos días llena de duelo y hastío, sino la de una criatura humana con glándulas mamarias a la que le gusta sentarse descalza a la orilla del agua, y que se siente tan mamífera como los murciélagos: que la sobrevuelan con sus sonidos de ecolocalización que sin tener ese poder quizás no se pueda entender. Se siente, identidad, apegada a ríos. A más de un río. Cada vez a más. Y se siente identidad que se expande, si pienso en agua. Y va hacia lo subterráneo tanto como a la lluvia, y mi sangre es agua tan sagrada como toda la demás y eso es mi identidad.

Quiero decir, no es que sea mi identidad que vea el mundo así, que creo que en esta era se puede confundir, sino que mi identidad es inseparable de las a veces llamadas “leyes naturales”; de los caudales que implican energía que ni se crea ni se destruye pero que se transforma. Entonces, mi identidad no es persona que cabe en estas cajitas que la narrativa del mundo quiere darme. No. Nada rectilíneo me representa. No siento que me encaja. Que no me encaje, dice la identidad de mí que disfruta vivir, momento a momento, salvaje. No me encajes. Y enseña los colmillos y quiere decirse pila de compost, micelio, mamífera, terrícola, consciente y parte de un universo en expansión, a cada ratico más compleja y que no tendría por qué regirse en búsqueda de belleza y sin embargo lo hace. Y yo también.

Cuando lloro pienso que las aguas que salen de mí son sagradas y que regarán algo. A veces cuento lágrimas que caben en los traguitos que doy.

Mi ecosistema identidad se expande, fractal, tanto o tan pequeño como preciso cuando me paro a mirar. Siempre es más que yo. Y eso no significa que la autenticidad de mi individualidad no sea precisa y crucial: amo el potencial de encontrarnos expresiones de identidad. Es la manera de sernos arte danzante en interacción. Con ser ecosistema la identidad no creo que sea menos individual. ¿Me entiendes?.

Lo digo explícito porque creo que es importante. Esto de que ante la duda asume binario el pensamiento de esta era de humanos en esta parte de este planeta, legado, quizás, de paradigma de blanquitud occidental y su rigurosidad analítica, entre otras cosicas.

¿Ves? En esto identidad es ecosistema también. En las palabras. Uy la lengua que nos limita, estira, aprieta, ahoga y permite pintar escenas.

Hay lenguas antiguas sin sustantivos. Sin nombres propios. En las que todo es verbo siempre. Hay lenguas que no tienen la palabra yo y por defecto asumen el nosotros. La identidad en los ecosistemas lengua. Tanto que escarbar si se desea.

“Tenemos” más bacterias que células propias. En el cuerpo humano viven aproximadamente 100 billones de microorganismos, en una relación esencial de beneficio mutuo y recíproco. Cuidarnos es cuidarles, también. Identidad son sus ecologías.

En fin sin final, es que siento una gratitud inmensa por el camino de los últimos años, que si hago recuento, el no aferrarme a las identidades que esperaba de mí la inercia y permitirme ser fracaso. ¡andar perdida! y compostarme en el ecosistema, a ver qué gusano y moscas soldado y luciérnagas se posaban en mis arenas, me ha traído a sentirme hoy fuerte, grande y extensa. Incluso eterna, diría yo. Como menos relevante lo cierto y más achuchable la incerteza, de que suceda lo que suceda, el campo de vida es ecosistema y yo soy: pertenezco radicalmente, de alguna manera. De todas las maneras. Sin intentarlo ¿sabes?. Quizás no a todos los ecosistemas, claro. Eso se entiende. Pero pertenezco. Y mi identidad se entreteje con la tuya y viceversa y yo, hoy siento gratitud de que así sea.

...

Quiero terminar trayendo un párrafo de lo que publicó el amigo Bayo Akomolafe en Facebook hace unos días que, curiosamente, va de esto. (ver en inglés abajo, en 3).

La modernidad impulsada por el capital es un intento de descifrar al individuo de una vez por todas. Su principal vocación es reducir la complejidad al individuo, comenzar su análisis con el individuo y ver el mundo a través de las lentes de las relaciones de propiedad con el individuo. Es “mi cuerpo”, “mi libro”, “mi alma”, “mi cara”, “mis sentimientos”, “mi elección”, “mi terreno”. Hoy en día, las tensiones hasta ahora aplanadas se deslizan y se abren paso a través de los propios medios del esfuerzo de la modernidad por afirmarse. Con la inteligencia artificial y los deepfakes, por ejemplo, nuestra relación de propiedad con “nuestros” rostros se ve cuestionada por las materialidades digitales: “¿quién es el dueño de tu cara si tu cara nunca ha sido del todo local sino también virtual?”– ¿Quién es el dueño de tu cara si está poblada de ácaros microscópicos llamados demodex que viven en los folículos pilosos humanos, se reproducen en tus mejillas, comen ahí, defecan ahí, se casan ahí, van a la universidad ahí, y probablemente tienen banderas plantadas en los poros? [...] El espacio para una política generativa ya no está dentro o fuera: está entre.

No tengo conclusiones, pero ey, me fue útil y valioso el divagar.

Gracias por darle un ratito a esto. En erótica conexión latiente,

V.V.

Referencias y cachitos en versión original (inglés):

(1) El libro de Weber, en inglés solamente ( http://library.lol/main/f6350d5071e4a29f33691ea88ceabc23 )

(2) (Inglés) A first approximation to he rules of erotic exchange might go somewhat like this:

  1. Every participant can produce his or her aliveness only by hum- or herself and cannot acquire it through another.
  2. In order to experience ourselves as alive, we must bestow aliveness on others. The YOU precedes the I.
  3. The other´s offering is a gift, not a reward for a service.
  4. Through giving back this gift – the other who sees me in my reality – I can become what I am.
  5. A relationship is succesfull when it increases the aliveness of all.
  6. A relationship is successful when all can reveal their needs.
  7. Any relationship is imperfect. Its imperfection alone is what allows it to continue developing.
  8. A relationship is unity in separation.
  9. Each partner is the owner of his or her own death.
  10. A relationship is play.
  11. A relationship constantly transforms both partners such that each percieves and comes to know him – or herself through an aspect of the other.
  12. A relationship is a nervous system.

(3) “Capital-driven modernity is an attempt to figure out the individual once and for all. Its principal vocation is to reduce complexity to de individual, to begin its analysis with the individual, and to see the world through the lenses of propertied relations with the individual. It is “my body”, “my book”, “my soul”, “my face”, “my feelings”, “my choice”, “my land”. These days, hitherto flattened tensions are creeping up and breaking through the very means of modernity´s exertion to assert itself. With artificial intelligence and deepfakes, for instance, our propertied relationship wit “our” faces are called into question by digital materialities: “who owns your face if your face has never been entirely local but also virtual?”- Who owns your face if it is populated with microscopic mites called demodex that live in human hair follicles, reproduce on your cheeks, eat there, defecate there, get married there, go to college there, and probably have flags planted in the pores?. […] The space for a generative politics in no longer within or without: it is between.