Un mundo sin petróleo

Me surge la necesidad de pensar un mundo sin fracking ni petróleo.

Me levanté temprano porque tenía que ir al puesto. No es una chacra, es un puñado de tierra nomás. Prendí el fuego con las ramitas de tamarisco que juntamos en la última poda. Fue apenas un fueguito y la pava tardó en calentar el agua lo que a mí me llevó agarrar el mate, ponerle la yerba, agitarlo bien y acomodar la bombilla. Un par de ramitas más para calentar las tostadas con el pan que ayer cocinamos en el horno de barro. El frío suave de la media estación acompañó las primeras horas de la mañana. Es el momento en que los sueños todavía se confunden con la realidad y lo que siento en ese momento determina el día por completo. Unos sorbos al mate, el ruido crujiente de la tostada en mi boca. Me lavo la cara, los dientes, las manos, me peino y salgo. Camino hasta la parada del tranvía recuperado del olvido. En los años de las aguas negras, no existía, no habíamos tenido nunca; ahora es lo más común. Algunos le dicen el tran. El tran me llevó acá, con el tran me fui hasta allá. A mí me deja a veinte minutos del puesto, caminando a paso tranquilo y está bien, me da tiempo para pensar, recorro la lista de lo que tengo que hacer. Primero, saludo a Nicanor, que se llama igual que mi bisabuelo; luego, me voy para el gallinero. No me sorprendo si veo pasar un cuis, una liebre o un zorrito, aunque estos últimos son más comunes al atardecer. Recojo los huevos, si el Nica no lo hizo antes. Después voy para la huerta. Máxima, la gata amarilla, se suele subir a mis hombros cuando le paso cerca. Veo cómo está el riego, si hay que despejar alguna maleza o quitar el salitre que se acumula y tapa los agujeros del regador. Me fijo cómo viene la siembra, si ya se ven los brotes nuevos en el duraznero. Los almendros ya están en flor. Todavía estoy a tiempo de cortar la ortiga antes que eche flor. Sigo al fondo y así. Nicanor me ofrece una tortafrita y un queso que le dio la Magdalena. ¡Qué mano tiene esa mujer! Yo lo intenté sin suerte, me resigno a probar otra cosa, algo me saldrá mejor. Me vuelvo a casa antes que se me haga de noche y me quede sin tranvía. Las luces son bajas, como para no andar a tientas pero que se puedan ver las estrellas. Todavía recuerdo cuando empezaron a caerse los satélites, como una lluvia de meteoritos. Chocaban unos con otros, de tantos que eran, y al final se convirtieron en pura chatarra. Fueron tiempos peligrosos. Ahora el mundo va menos rápido, ya no hay motores a toda velocidad en los caminos, ni máquinas en llamas cayendo del cielo. Los tiempos del oro negro se acabaron, el agua volvió a ser clara, el cielo dejó de tener ese hollín negro que tapaba el sol.

Me levanto, pongo la pava sobre la hornalla eléctrica. Coloco en la tetera un puñado de mix lunar, como lo llaman las chicas que hacen los preparados de hierbas para infusiones. Sé que esta variedad la armaron para los días en el mes que algunas sangramos pero me gusta su sabor extravagante que le da a cualquier día un tinte especial. Me gusta reconocer el orégano, la canela, la manzanilla, el jenjibre, la hierbabuena, el perejil. Me agrada el aroma que queda en el ambiente. Hago unas anotaciones en mi libreta. Escribo las tres páginas que sugiere Julia Cameron pero no cumplo a rajatabla. A veces, son solo dos, o me excedo con cinco, depende de mis ganas y mis posibilidades. Lo hago mientras espero, luego de verter el agua en la tetera. Coloco una cucharada de miel en la taza. Miro el reloj, el viejo reloj de agujas; estoy bien de tiempos, puedo desayunar tranquila. En una cazuela, pongo unos copos de avena, frutos secos y unas almendras de la chacra de Luisa. Mastico sintiendo las texturas. Junto mis cosas, me miro por última vez en el espejo y salgo, cerrando la puerta. Tres cuadras hasta lo de Amancio para buscar los zapatos que se me habían roto. Dos paradas del tren y ya estoy en el trabajo. DTR, le decimos. Desarrollo de Tecnologías Renovables. No depende todo de mí, hay un equipo de trabajo, tanto aquí como en las otras comunas. Sola no podría, nadie puede solo, eso lo sabemos desde la época de la caída de la marea negra, cuando empezaron a caer los residuos espaciales, las aguas se volvieron negras por los derrames incontrolables de oro negro, la tierra estaba destrozada de tóxicos y el aire era irrespirable. Tiempos oscuros donde la humanidad casi se extingue. A pesar de las advertencias, parecía como si nadie lo hubiera visto venir. Hoy vivimos diferente. Llevó su tiempo, aunque yo no lo recuerdo porque no lo viví. Nos estamos olvidando cómo era aquello pero existió, casi nos mata. Nafta, gasoil, garrafas, gas natural, vaselina, petróleo, son palabras del pasado. Vamos más lento, dicen los viejos, quizás por eso podemos ver hacia dónde.

Neleb Von Gil