Una clave, del poder.
Ocho letras que se mezclan. Clave templaria en ocho posiciones que cambian con cada puesta en escena de la diaria llave que abre la cuenta corriente. Puede cambiar la clave, puede cambiar la cuenta, no cambia el dueño que la maneja, no cambia el vampiro que bebe en las venas, no cambia el jefe contable.
Hasta el día del sable en el que se hace balance. Guillotina que cuelga o que cae. Se deshoja una cuenta corriente en palabras de vida o de muerte, solo una de dos posibilidades. Si no aciertas no vale y el señor de la sangre en decisión lapidaria decide qué destino darle a tu savia encarnada.
Ahora que ya sabes que la fortuna que te juegas es una cita ciega en la que lo que se apuesta es de tu vida la muerte ante la guadaña célebre que en la barca espera, y que no vuelve, te arrepientes. Fue el sino de muchos reyes arrepentirse más tarde.
La historia está llena de cobardes que fueron presa del miedo cuando perdieron las libertades de sentirse señores y dueños de las muertes de sus iguales. Entonces quisieron pagar con monedas los gritos salvajes en la calle pero ya su dinero era propiedad de otro usurero.
Yo te ofrezco mi esfuerzo que no me cuesta trabajo porque lo doy con agrado porque quiero, porque puedo, porque disfruto dando y porque me divierto. Gente de pueblo.
Tú aún no lo sabes mas pedirás luego. Siempre habrá alguien para darte que no te cobrará en dinero. Banquero. Usurero no vale porque roba menos. Una clave, ocho letras y mi cuenta corriente se abre. Un día cambiarán al contable.