Sobre gymbros, cryptobros y otros bros
Bro, bro, bro. Les tengo que contar algo bro, no paro de escuchar ecos de broismo. Los escucho en la calle, en el gimnasio, en comentarios, allá dondequiera que esté hay siempre un bro sentando cátedra sobre cualquier asunto que se le atraviese. ¿Inversiones? Ahí estará el cryptobro con mentalidad de tiburón cuyo consejo sobre invertir en Libra -la criptomoneda promovida por Javier Milei- no salió como él esperaba. ¿Feminismo? Ahí estará el bro antifeminista que te dirá: hey hey, el feminismo ha ido demasiado lejos. ¿Dietética y entrenamiento? Ahí estará el gymbro que se desvive en el gimnasio 24 horas al día y cuenta con un doctorado en nutrición. El bro está dotado de una multiplicidad de rostros que se adecúan al contexto en el que se encuentre. No sé en qué momento, pero se han convertido en los todólogos por excelencia.
Estoy empezando a pensar que se está configurando una nueva tendencia ideológica llamada broismo -el cuñadismo de la generación Z y millenial-. No es que sea una doctrina asentada como el marxismo o el liberalismo, ni siquiera una ideología política definida. Sino que representa una ola de pensamiento masculino totalizador que está embriagando con su testosterona todo el cuerpo social. Y vaya si lo está haciendo, hay pelos hasta en la sopa. Algunas personas arguyen que estos patrones masculinos responden a una crisis de la masculinidad y probablemente sea así. Que la sociedad no les entiende, que se sienten desplazados hacia un espacio marginal, que la realpolitik está obrando en virtud de las minorías y en detrimento de ellos. Salvo algunas excepciones, el broismo parece carecer de perspectiva, si quiera de rumbo, están perdidos en un laberinto de pensamiento acrítico.
Estos bros dedican parte de su vida a hacer gala de la magnitud de sus cojones, de lo tan, tan grandes y peludos que son sus dos bolas, como si formasen parte del patrimonio de la humanidad declarado por la UNESCO. No es de extrañar, el broismo se erige como un centro de datos inconexo, sesgado y diezmado de todo raciocinio. Es pues, el subterfugio seguro del conformismo barato, de la reproducción sistemática de la violencia contra las mujeres y contra el resto de personas. Ellos no se percatan del daño que provocan sus opiniones infundadas, fruto de su odio ominoso e ignorancia manifiesta. Esbozan palabras cargadas de bilis que se instalan en el ciberespacio. Desde X hasta Youtube. Desde Tik Tok hasta Instagram. Ser un verdadero bro nunca había sido tan rentable en los tiempos que corren.
La lógica del broismo es consustancial al ascenso de la ultraderecha en todo occidente. Refleja la vuelta de aquellas prácticas añejas, cuando los cojones bien puestos y la mano dura eran la norma. No importa qué tan informado estés sobre un asunto, es indiferente para ellos, su discurso de odio propagado en la red seguirá ganando adeptos bros. Nada de eso importa. Siempre tendrán una excusa, una justificación insulsa para perpetuar sus creencias antidemocráticas, alimentadas por un sistema incompatible con la vida y la realidad. Zurdos de mierda, pijiprogres, feminazis, incels, redpill, gigachads, menas o charos son algunos ejemplos de la terminología que utilizan en su día a día. Y es que, la filosofía que subyace -si es que se le puede llamar así- es vacua, inmoral e insustancial, carece de los matices propios de la sapiencia humana.
No en balde, la rendición ante ellos no es una opción. No podemos permitir que los bros conquisten cada vez más espacio discursivo. Cuando hablan de guerra cultural no están de coña, van muy en serio pese a tener una pinta de Jordi Wild. Los líderes de opinión parece que prefieren surfear esta ola con total pasividad, incluso algunos sumándose como buenos bros a la nueva hegemonía. Anhelo un mundo en donde no tenga que oler ese aroma rancio a brother, en donde no estallen trifulcas encarnecidas cuyo ganador tiene la polla más descomunal. Me niego a escuchar gritos salvajes provenientes de los autoproclamados macho alfa, cuyos alaridos ensordecedores están llenos de carencias emocionales. En definitiva, estoy hasta las narices de que todo sepa a rabo de toro, de que cada vez que volteo vea machos peleándose en el safari, de que todo parezca una competición de a ver quién mea más lejos. El broismo es una moda, pero como ya saben todas las modas son pasajeras. Y esperemos que esta moda se quede enterrada bajo los escombros de la masculinidad frágil.