¿Dónde quedó el tiempo perdido?
Últimamente siento algo difícil de explicar. Pasa el tiempo y... se me escapa como agua de mayo. Antaño podía palpar, saborear y disfrutar de ese elemento tan atesorado por esta sociedad hiperproductiva e insaciable. Ahora pareciese que mi vida -y la de tantas otras- es una concatenación de episodios inconexos, con lagunas que no sé cómo rellenar. Es como si no fuese soberano de mi tiempo, como si éste hubiera sido expropiado por alguien. Alguien cuyas intenciones desconozco.
Desde que emergió la pandemia del Covid-19, mucha gente a mi alrededor ha contemplado cómo sus vidas se desdibujan en una DANA de recuerdos perdidos. Caen gotas incesantes mas no mojan, secan las lágrimas de una sociedad traumada. Te levantas y te acuestas. Una y otra vez. Las estaciones ruedan como un carrusel de imágenes infinitas. El ciclo se repite y la rutina de muchas personas permanece como un cuerpo inerte esperando a que llegue la hora de la descomposición orgánica. Todo llega a su fin, el reloj se para y el mundo continúa girando. La cuestión es si encontramos ese tiempo insondable.
Resulta cada vez más común escuchar “no tengo tiempo”, “a ver si encuentro tiempo” o “no me queda tiempo”. Entonces, ¿cómo consigo más? ¿A dónde tengo que ir? ¿Acaso es un bien de mercado? Posiblemente lo sea. Cuando tenía 19 años leí Momo de Michael Ende, una novela cuya historia me ha influido sobremanera hasta hoy. Recuerdo aquellos lúgubres personajes llamados los “hombres de gris”, cuyo tiempo estaba consumido por el trabajo y el ánimo de lucro. Ocupaban un lugar en el mundo donde ya nada importaba, en tanto que el tiempo estaba sujeto a una estricta agenda productiva. Era en el tiempo libre donde se hallaba la rebeldía frente a una sociedad sumamente opresiva contra los individuos.
Esa premisa sigue apelando a una realidad sumida en una espiral inagotable de tiempo, trabajo y explotación. Mientras más optimices tu tiempo, mejor. Mientras más dinero ganes, mejor. Mientras más asciendas en la pirámide social, mejor. Networking, multitasking, mentalidad de tiburón, inversión en activos pasivos. ¿Les suena? El tiempo constituye el pilar fundamental de estas dinámicas instaladas en nuestra sociedad de la inmediatez. A veces uno no se percata de todo lo que hace para aparentar que está siendo “útil” desde el prisma social. ¿Qué problema hay dedicar tiempo a tus pasiones? ¿Es un pecado holgazanear? Siempre hay un Dios omnipresente que te juzga con severidad. Una moral que te persigue allá donde vayas. El tiempo es un dictado, no una libre elección.
Cuando aludo al tiempo perdido, no hablo meramente de lo pretérito, sino de aquellas acciones que han estado condicionadas por una multiplicidad de factores políticos, sociales y económicos. Al final, uno no es dueño de su tiempo, de manera que sólo una minoría privilegiada posee el suficiente para realizar esas actividades anheladas. Por eso, se nos escapa de las manos, al igual que una presa colapsando. El tiempo libre, nuestro tiempo, es un ideal. Algo que se vislumbra en el lejano horizonte pero nunca llegamos a alcanzar, ni siquiera a discernir. Pese a todo ello, pese a todo este conflicto intrínseco al clima de nuestro tiempo, seguimos preguntándonos dónde, dónde quedó el tiempo perdido.