El conflicto perpetuo
Cuando uno habla sobre política abusamos de lo cliché. Izquierda y derecha. Malos y buenos. Esperanza y perdición. Solemos acudir a dualidades como si el escenario político fuera una suerte de luces y sombras dentro de una pluralidad política mucho más obtusa y enrevesada. Esta lógica reduccionista es una de las causas que desencadenan la polarización política en España y en cualquier otro país. Y es que, me niego a concebir la sociedad como un espacio fragmentado en dos partes homogéneas, cuya antagonización resulta irreconciliable hasta el fin de los tiempos.
Es evidente que toda la humanidad cuenta con patrones comunes. Por ejemplo, queremos vivir cómodamente, sentirnos arraigados a una comunidad determinada, ergo socializar, así como desarrollar nuestra individualidad con plena libertad. Grosso modo, la sociedad comparte numerosos anhelos que deseamos que se cumplan. No obstante, parece que existe una neblina que nos impide avanzar como colectividad hacia un porvenir provechoso para cualquier persona independientemente de su sexo, religión, identidad u origen. Entonces, ¿cómo hemos llegado hasta esta situación? ¿por qué parece que estas dos partes se odian tanto?
Esta tendencia no forma parte, per se, de la naturaleza autodestructiva del ser humano como postulaba Hobbes, en la medida en que se apaciguaba a través del contrato social. No, nada de eso. Este conflicto eterno es inducido por la clase dominante a fin de perpetuarse en el poder y, por tanto, evitar una alternativa posible al sistema capitalista -o tecnofeudalista-. Los medios de comunicación, la clase política y la clase capitalista constituyen las cabezas del mismo perro. El Estado es quien pone en marcha todos los mecanismos posibles para generar dudas, confusión, culpas, odio y desinformación. Es pues la figura del Estado la que adopta una relación de mutuo acuerdo con los poderes fácticos. Sin esta dinámica de connivencia no existiría este cuerpo social disciplinado, sometido, alienado y dividido hasta la posteridad.
Cuando se critica a este sistema extractivista, explotador y degradante, nos olvidamos de señalar a la entidad que promueve que esto ocurra. Las revoluciones industriales fueron financiadas por los estados, sin ellos no habrían surgido las dinámicas de explotación contra la clase obrera. Al final, los clivajes sociales responden a una estrategia de la élite político-económica con el fin de romper los lazos que nos unen. Este enfrentamiento social nos ata a un odio colectivo que imposibilita la transformación hacia una sociedad postcapitalista. Sólo a través de la autoorganización, el apoyo mutuo y la cooperación saldremos adelante como sociedad.
Mi elucubración obedece a un intento de recobrar un atisbo de esperanza para así encontrar una salida a las trincheras políticas. Sé que lo que digo puede percibirse como idealista o utópico, pero de verdad lo creo. Espero no experimentar antes el fin del mundo -debido a esta dicotomización beligerante- al fin del dichoso capitalismo. Mi iniciación en el fediverso me anima a imaginar que un mundo mejor es posible. Que un debate público dentro de un espacio democrático es posible. Que compartir intereses y experiencias con una comunidad también es posible. Que, en definitiva, hay más personas como yo con afán de cambiar las cosas.