Aquellas islas “afortunadas”
¿Hablamos sobre Canarias? Aquellas islas afortunadas bañadas por el Océano Atlántico, cuyas playas, cuyos paisajes, cuya fauna y buen clima son objeto de explotación turística. El gobierno autonómico y las grandes cadenas hoteleras como Lopesan han hecho gala de ello durante décadas. Canarias, un producto más al servicio del extranjero europeo. Un pueblo desposeído cuyo único destino es servir copas en un garito en la Playa del Inglés. La ciudadanía canaria pensó que el Covid-19 serviría como precedente para redirigir nuestro modelo económico. Creímos ingenuamente que la crisis sanitaria supondría un haz de luz divina para la clase política. Nos equivocamos, otra vez.
Soy canario. Vivo en un barrio humilde en Las Palmas de Gran Canaria. Cada vez que vagabundeo por las calles... ¡Anda! Vivienda vacacional por ahí, vivienda vacacional por allá. Canarias cuenta con más de 50.000 viviendas vacacionales según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Este es un dato que no debería sorprender a nadie. La sobreexplotación de la vivienda como bien de mercado es un asunto que causa muchos perjuicios a la muchedumbre canaria -y española en general-. Una población incapaz de asumir el crecimiento exponencial de los precios de la vivienda. Una subida sujeta a la gentrificación y a la turistificación voraz que merma el bienestar del archipiélago.
La limitación territorial constituye una obviedad tal que uno se pregunta si el Gobierno de Canarias forma parte de otra realidad paralela. Para que se hagan una idea, la situación es tan grave en Canarias que en determinadas áreas urbanas o pueblos cortan el agua a los lugareños. Y esto ya no es un caso aislado, se está convirtiendo en la norma, ya que hay una emergencia hídrica. Recientemente colectivos ecologistas denunciaron en Fitur -la Feria Internacional del Turismo o, más bien, la feria del colapso socio-ambiental- el contexto de pobreza extrema que vive Canarias, producto de un modelo turístico que enriquece a unos pocos y empobrece a muchos. Para que después Clavijo -el actual presidente de Canarias- soltara en un podcast que este despropósito es responsabilidad colectiva. Culpa de todos. Menuda manera tan paupérrima de echar balones fuera.
Mientras tanto, ecos del pasado culpan de esta situación a los inmigrantes. Como si éstos fueran una amenaza para la seguridad. Como si contaran con el poder político-económico de impactar en la vida cotidiana de la gente. Este discurso xenófobo contamina el debate público sobre los temas sociales que impiden el desarrollo óptimo y diverso de la economía canaria. Este reducto humano demuestra, una vez más, su aporofobia ignominiosa. Está claro -a tenor de la historia colonial- que el sur global no representa el victimario de este relato. No en vano, parece que siempre hay cabida para el desprecio en los tiempos que corren. Un odio que se debe combatir de modo tajante si deseamos una sociedad más afable y humana.
Bien ¿y ahora qué? Continuamos con esta idiosincrasia servil a expensas de inversores extranjeros. Seguimos con esta lógica extractivista y colonial en las islas. Permanecemos callados sin rechistar mientras el trabajo precario se vuelve la única opción factible para el canario de a pie. Más turistas, más turistas, más turistas. Más dinero, más dinero, más dinero. Pero, ¿a quién va? El irracionalismo del crecimiento infinito en un contexto de emergencia climática. ¿Es esto lo único a lo que podemos aspirar? Me niego a hincar la rodilla ante los amos del cortijo. Al final, la movilización social se convierte en la única manera de presionar a aquellos actores políticos que desatienden las necesidades del pueblo. Que corra la voz. Compartan. Que circule esta realidad que asola a las islas desafortunadas.