Semanario
Lunes.
Abre sus ojos y no se quiere levantar porque su cuerpo está calentito.
—Un ratito más —se dice —que me despierten cuando sea miércoles —se tapa de nuevo,
se hace un capullo con las sábanas y gira hasta caer. Se arrastra como un gusanito en el suelo y poco a poco quiebra su crisálida hasta salir de ella, ir a gatas e incorporarse para cruzar la puerta del cuarto.
Martes.
Con sus ojos adormecidos escala su silla y hay una ciudad de comida, saluda a la gente que madruga y toma un pan con mantequilla, algunas semillas y un poco de leche para comer con su bowl con fruta picada. Suena el reloj de la torre del termo y sabe que es hora de irse. Baja con más facilidad de la silla que cuando se subió y va a la puerta.
Miércoles.
Toma su mochila y su bufanda con la que se envuelve el rostro y sale de su casa. Una góndola la espera, sube y saluda al entrar. Se sienta con su amigo. Cuando bajan del colectivo, entran a un edificio y en un pasillo se despiden. Alguien toma la puerta A y otra la puerta B.
Jueves.
Se sienta en una silla y ya su cuerpo se ha estirado bastante. Comienza a armar una pirámide de cubos y más cubos. Les dibuja caritas a escondidas a los planos de las figuras; al poco tiempo alguien viene a medir sus pirámides. Le dice que están bien y le paga con semillas. Se come una, empuja la piramide y se retira por la puerta antes que la vean.
Viernes.
Afuera cruza la calle y entra a un lugar que dice “luz”. La gente baila y las saluda una a una. A una la abraza, a otra le da un beso, a otra la mano y a otra con la cabeza le asiente, con otra se mira y a la última se lleva de la mano. Con todas las personas ha tenido una emoción diferente y un color. Dan un giro al bailar con su acompañante y atraviesan una puerta.
Sábado.
Se recuestan en el pasto y se abrazan. Las hierbas se vuelven un remolino y las levantan en un baile desde donde se ven el horizonte, árboles remplazando las ruinas de cubos. Cuando se detiene, y se asientan; ve a su compañera dormida y la abriga con una hoja con cuidado, luego se va al baño. Se sienta en el inodoro mientras revisa algún mundo por una pantalla. Cuando ha tenido suficiente, se levanta y se marcha ya viejita.
Domingo.
Vuelve caminando a un sillón en la oscuridad y se acomoda en el cojín libre. Del sillón sale tallos y ramificaciones con hojas que le cubren el cuerpo mientras se marchitan. Acomoda su cuerpo, lo contrae, se hace bolita, y duerme en el útero de hojas para cubrirse del frío. Exhala por última vez y gira su cuerpo antes de abrir de nuevo sus ojitos a otra semana.
Di López Koehnke