di.lopk

Cuentos, poemas, yo que sé

Voz tras tu voz

Tu voz. Luego, tu voz mental. La voz detrás de tu voz mental. La voz que descubres cuando se apaga tu voz mental y la voz que está detrás de la voz de tu voz mental. Y así.

Y qué tal si la que sigue es la voz detrás de la voz de alguien más?

Como en una suerte de telepatía inconsciente.

Deseo

Quiero escribir algo de adentro. Florecimientos.

Harta de concebir, validación externa, desesperación.

La que se abre paso a codazos, a costa mía. Que enturbia mis anhelos, mi fragilidad, mi néctar.

Quiero probarme: desnuda, rota, innecesarie.

Dejar quebrarme. Ser abono. Crecer torpe, tonta.

Dejar que los adjetivos cambien, palpiten y enraícen.

Quiero que mis palabras sean auténticas, ingenuas, reales.

La fruta que no encuentro, que se pudre adentro, que desborde por los poros, que reclame su lugar, que se vuelva el cuerpo.

Mi cuerpo.

Semanario

Lunes. Abre sus ojos y no se quiere levantar porque su cuerpo está calentito. —Un ratito más —se dice —que me despierten cuando sea miércoles —se tapa de nuevo, se hace un capullo con las sábanas y gira hasta caer. Se arrastra como un gusanito en el suelo y poco a poco quiebra su crisálida hasta salir de ella, ir a gatas e incorporarse para cruzar la puerta del cuarto.

Martes. Con sus ojos adormecidos escala su silla y hay una ciudad de comida, saluda a la gente que madruga y toma un pan con mantequilla, algunas semillas y un poco de leche para comer con su bowl con fruta picada. Suena el reloj de la torre del termo y sabe que es hora de irse. Baja con más facilidad de la silla que cuando se subió y va a la puerta.

Miércoles. Toma su mochila y su bufanda con la que se envuelve el rostro y sale de su casa. Una góndola la espera, sube y saluda al entrar. Se sienta con su amigo. Cuando bajan del colectivo, entran a un edificio y en un pasillo se despiden. Alguien toma la puerta A y otra la puerta B.

Jueves. Se sienta en una silla y ya su cuerpo se ha estirado bastante. Comienza a armar una pirámide de cubos y más cubos. Les dibuja caritas a escondidas a los planos de las figuras; al poco tiempo alguien viene a medir sus pirámides. Le dice que están bien y le paga con semillas. Se come una, empuja la piramide y se retira por la puerta antes que la vean.

Viernes. Afuera cruza la calle y entra a un lugar que dice “luz”. La gente baila y las saluda una a una. A una la abraza, a otra le da un beso, a otra la mano y a otra con la cabeza le asiente, con otra se mira y a la última se lleva de la mano. Con todas las personas ha tenido una emoción diferente y un color. Dan un giro al bailar con su acompañante y atraviesan una puerta.

Sábado. Se recuestan en el pasto y se abrazan. Las hierbas se vuelven un remolino y las levantan en un baile desde donde se ven el horizonte, árboles remplazando las ruinas de cubos. Cuando se detiene, y se asientan; ve a su compañera dormida y la abriga con una hoja con cuidado, luego se va al baño. Se sienta en el inodoro mientras revisa algún mundo por una pantalla. Cuando ha tenido suficiente, se levanta y se marcha ya viejita.

Domingo. Vuelve caminando a un sillón en la oscuridad y se acomoda en el cojín libre. Del sillón sale tallos y ramificaciones con hojas que le cubren el cuerpo mientras se marchitan. Acomoda su cuerpo, lo contrae, se hace bolita, y duerme en el útero de hojas para cubrirse del frío. Exhala por última vez y gira su cuerpo antes de abrir de nuevo sus ojitos a otra semana.

Di López Koehnke