Olores en las nubes

A la noche, a la hora en que se prepara la cena, las casas de la ciudad competían por cuál era la que olía mejor. Para ello en las salidas de las chimeneas embolsaban en pompas resistentes los aromas que salían de las cocinas de sus interiores. Después, el viento, que también colaboraba, llevaba las burbujas hacia un rincón en el cielo donde un grupo de nubes hacían de catadoras y juezas del concurso.

Una nube intermediaria tomaba los datos de las burbujas, como su procedencia, y después las numeraba para que la cata fuera anónima y las nubes jueza no se vieran influenciadas porque el aroma viniera de tal o cual lugar. Después, a la hora de la cata, las nubes juezas sacaban su vaporosa nariz y aspiraban con intensidad según se abría cada burbuja. Entre cata y cata, el viento se encargaba de limpiar el ambiente.

Solía ganar una vieja casa del casco antiguo donde vivía una anciana que cocinaba con mucho mimo sus recetas. Pero tampoco era algo fijo. Los fines de semana, en una barriada de reciente construcción, en otra casa se solía preparar con esmero la comida para una fiesta con amistades y había conseguido triunfar en más de una ocasión.

Un día, construyeron un nuevo restaurante en la ciudad que daba comidas y cenas. El edificio donde pusieron la salida de humos pidió participar en concurso de burbujas y olores. Pensando que no sería gran cambio, aceptaron que se uniera. Le dieron un lote para elaborar las pompas y le explicaron cómo funcionaba la competición. Sin embargo, se equivocaron con sus previsiones.

A pesar de que las catas era anónimas, las burbujas del edificio del restaurante ganaban una y otra vez. Arrasaba sin remedio. Tendrían muy buena mano en la cocina, sería que las recetas eran diferentes y originales. Fuera por un motivo o por otro, no tardó en crecer la envidia entre las otras casas. Así que tramaron un plan.

Las casas envidiosas convencieron a un grupo de cucarachas para que conectaran el respiradero de los baños con el extractor de la chimenea de la cocina del restaurante. Era cuestión de hacer unos túneles dentro de las paredes. Pasados unos meses, el objetivo se había cumplido. Las cucarachas avisaron el día anterior a las casas de que habían concluido la tarea.

Entonces llegó una nueva edición del concurso, esta vez con gran expectación. Todo discurrió de manera habitual hasta que llegó el turno de probar el contenido de la burbuja del edificio del restaurante. Las nubes juezas con sus vaporosas narices aspiraron… y casi se intoxican. De blancas que estaban, pasaron a amarillas y después moradas, que parecía que iba a caer una tremenda tormenta.

—¿Qué pasa aquí? ¿Qué clase de broma es esta? —consiguieron preguntar una vez repuestas—. Nube numeradora, ¿de qué edificio es esta burbuja?

La nube anunció el origen y pasaron a interrogar al edificio del restaurante. Este declaró su inocencia y completo desconocimiento de lo que había sucedido. Se disculpó. Iban a proceder a desclasificarlo de manera permanente, cuando una voz cerca de la azotea del edificio del restaurante se hizo oír. Era un grupo de cucarachas.

Explicaron lo que había sucedido con todo detalle. Los contactos con las casas envidiosas y cómo habían realizado el trabajo. Además de arrepentidas, viendo las consecuencias, estaban molestas porque las casas les habían prometido un hueco para alojar nidos de su especie y después no habían cumplido con su parte.

—Chivatas, traidoras —se oyó murmurar.

Las nubes se dieron un rato en deliberar sobre la situación. Reprendieron a las casas envidiosas por su juego sucio y pestilente. Decidieron entonces retirar del concurso durante un año a las que habían participado en la trama. De esta manera volvió la paz y la legalidad al concurso de olores en el cielo con las nubes.


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