Miedo al monstruo
Laura y Enrique salieron del cine. Ella alegre y contenta, él con paso lento y gesto tenso.
—Quique, ¿estás bien?
—De maravilla. —Sonrió de manera forzada.
—Venga, que no me lo creo ni yo. Vamos a tomar un café en una terraza, que hace buena temperatura.
Localizaron una cafetería cercana y eligieron mesa. Con sus cafés delante retomaron la conversación.
—No te ha gustado la peli de miedo, ¿verdad?
Silencio elocuente.
—Te he visto encogido en la silla. Y cerrabas los ojos cuando aparecía el monstruo.
—No sé cómo lo disfrutas…
—Tiene su punto esa sensación de tensión sabiendo que no es real. ¿Por qué has venido?
—Llevabas tiempo hablándome de la película, te veía ilusionada con el estreno. Quería… quería compartir un momento juntos.
—¿A costa de que uno de los dos lo pase mal? No lo veo. Para que podamos disfrutarlo los dos, ambos nos tenemos que sentir bien. ¿No te parece?
—Tienes razón.
—A ti te encantan los juegos de rol. Y me gusta oír hablar de las partidas que echas con el grupo. Pero no me pidas que juegue contigo una. Se me hace muy complicado y lioso. Prefiero encontrar puntos en común pero sin forzarme.
Enrique asintió. Entendió el valor de sus palabras.
—El cine me gusta.
—No el de terror. —Enrique negó con la cabeza.
—Entonces cuando vayamos juntos escojamos otro tipo de películas.
—¿Me abrazarás esta noche?
—Sí, mucho y fuerte. Te estrujaré hasta que escurras todo el miedo que se te ha colado dentro.
Enrique le sonrió y le acarició la mano a modo de agradecimiento.
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