Disforia crepuscular

Soñar y pasar de un momento a otro sin darse cuenta. Anclarse a la liposucción del sueño. Ritmos; cadencias. Un todo tropical bañado en líquenes. Tropelías y una vieja casa en el campo; te vi & mis ojos se salieron de sus órbitas planetarias.

Nos embriagamos. Los techos se hicieron inmensos, altos. Sincronía de cuerpos y el esmalte de tus uñas: una fragata. Un entendimiento soberbio. Entre libros descubrimos un gusano tapizado de vidrios. Como esas piedras volcánicas en el camino que lleva a la iglesia. Que triste es vivir.

Y cuando miraste tu mano leí todas las líneas y capilaridades que van de la primera de tus venas al miocardio rizomático de tus entrañas vivas. Vísceras, dijiste. Tímpanos, afirmé. Cromático, dice el diccionario.

Siempre quise un desarmador como éste, en tres dimensiones y con espigas en la punta. No encuentro entre todas estas páginas algo que se asemeje a las comisuras de tus labios. Cayó el sonido del vacío y me extendiste una jícara de aguas coloridas. Una rabieta.

A mi lado una sávila y la oscuridad de sombras y de luces tenues. Cantares y recetas médicas a bajo costo. Rostros de gatos mirando por el ovillo de la puerta. Los azulejos se pintan solos de un azul disfórico. Las chinches.

Tachuelas que se fijan a las paredes de tu cuarto. Una moto va pasando y las quejas de siempre: Sonidos tan terribles; me deshacen los párpados. Hace años que no parpadeas desde que el polen de la primavera radioactiva te cegó casi para siempre.

Las palabras no sirven de nada. Busca una palabra y hazla tuya, cárgala a cuestas como cruz, como caverna. Las sombras que proyectas son como dedos angustiosos por tocar la piel, tu piel, nuestra piel.

Apaga el televisor. No hay más imágenes que las de tu sueño. Las antenas de la ciudad menguan, discurren en silencios. La ciudad se queda callada. Un estornudo se escucha como un látigo, un eco criminal que desata sus angustias sobre nuestros cuerpos.