CUCO DE INVIERNO
Érase una vez, un cuco que no quiso marcharse a la llegada del otoño. Todos sus amigos persiguieron el verano atravesando continentes pero él decidió quedarse. Al principio le fue muy bien, todos los insectos eran para él y campaba a sus anchas por los jardines. Pero llegaron las heladas y las noches frías y largas, los insectos desaparecieron y las flores marchitaron. Sin comida ni refugio suficientes, el cuco quedó débil y desprotegido. Desesperado, se refugió en el alféizar de una casita de la zona. En ella vivía el relojero del pueblo, quien al ver al pobre animal rezagado en su ventana, decidió darle una oportunidad. Trabajó un día y una noche para construir una pequeña casita para el ave. Se trataba de un reloj de pared donde el cuco podría vivir, con una condición: -Al llegar las agujas a su punto más alto, deberás salir y piar para mí- Ordenó el relojero al presentar su obra al cuco.
Todo empezó bien, el pájaro tenía un lugar caliente donde vivir y no tenía que encontrar su propia comida. Salía a cantar 24 veces al día sin falta. Mas únicamente podía hacer eso, el relojero no le permitía salir de su pequeño reloj. Al volver la primavera, volvieron también sus compañeros y el cuco debía tomar una decisión. Acabó ideando un plan desde su casita. Cada vez que salía a cantar llamaba a uno de sus amigos. Tras unas pocas noches, el cuco consiguió escapar de su reloj para encontrarse con sus amigos en el alféizar. Abrió la ventana y les contó lo que había vivido con el hombre de la casa. Que vivía encerrado; con las alas entumecidas, solo y añorando el sol. Que no le permitía salir más que para dar las horas mientras él trabajaba. Tras el reencuentro, era el momento de poner en marcha la siguiente fase del plan. Todos los pájaros reunidos vengarían el invierno del cuco con el relojero.
Entraron todos sigilosamente por aquella misma ventana, moviéndose en fila hasta llegar a la habitación donde dormía el relojero. Le encontraron, tumbado pacíficamente en su cama, el plan se reafirmó. En un segundo, todas las aves alzaron el vuelo y se lanzaron en picado contra el relojero. Sus restos destripados sirvieron de alimento para los animales salvajes de la zona durante varios días. La casa fue tomada como refugio por los pájaros. La gente del pueblo no se opuso ya que el relojero no era especialmente querido entre los humanos tampoco. A día de hoy, la casa del relojero sigue siendo el hogar pacífico de la fauna salvaje del pequeño pueblo.
Fin
Lucia Palomo