Mandatos y congruencias excesivas
Al igual que en la novela de Herman Hesse El Lobo Estepario, así también yo me encuentro con dos seres habitando en mí. Uno, por un lado, que quiere vivir una vida holgada y despreocupada, y otro, que está demasiado preocupado por ser congruente y cumplir con todos los mandatos de nuestra sociedad contemporánea. La lucha interna entre estos dos seres puede llegar a ser agotadora.
En los círculos de personas que luchamos por un cambio social los mandatos y las congruencias pueden terminar disminuyendo la energía de las personas. Personalmente, yo siempre estoy debatiéndome entre momentos de buscar una congruencia total con mis ideales, y por otro, dándole espacio al error y la flexibilidad. Encontrar el punto medio es difícil.
Algo que me ha ayudado a lo largo del tiempo es pensar algunas acciones en términos de negociables vs no negociables. Mi alimentación vegetariana (en tránsito a vegana) es un no negociable para mí, y curiosamente es una de las cosas que vivo sin tanto peso. Pero hay otras cosas que me producen ambivalencias: por ejemplo, en un intento por estar alejado del mundo de las Big Tech, a veces termino aislándome socialmente, y cuando entro a redes privativas por cuestiones laborales y me doy un tiempito para chismear en la vida de mis amistades, siento el peso de la culpa carcomiéndome. Son este tipo de mandatos con los que tengo que ir negociando en el día a día.
No sé que tanto esto tenga que ver también con un mandato propio del capital: cuerpos productivos, eficientes, eficaces, desprovistos de emociones, reduciendo márgenes de error al mínimo, súper enfocados y con metas ambiciosas todo el tiempo. Por un lado, luchamos por alcanzar una sociedad post-capitalista en donde los cuerpos no sigan estos mandatos, pero por otro lado, esos mandatos se han incrustado en muchos espacios de lucha para las personas que pertenecemos a éstos.
Estoy cansado de venderme la idea de que soy ese tipo de cuerpo, pero a veces no puedo dejar de aspirar a serlo. Siento que mi valor como persona depende de que asuma esos mandatos, y aunque en sí mismos no son negativos, en una sociedad capitalista como lo es la nuestra, esos mandatos terminan matándonos. Pero la vida es más que eso. No sé si valga la pena comenzar a seguir los ritmos de la vida: los bosques, los ríos, los cielos, el cosmos... pero al mismo tiempo hay procesos de vida o muerte que no pueden esperar. Creo que también nuestros mandatos y congruencias excesivas se deben a los niveles de indiferencia sociales que se viven, es decir, no tendríamos exceso de chamba si como sociedad estuviéramos más involucrades en procesos de defensa de la vida y contra el capital. A veces somos pocas personas y eso implica que nos aumente el trabajo, y con ello tal vez vengan esos mandatos: “es que no puedo dejar de chambear porque siempre se vienen crisis aquí y allá”.
Espero que este mes pueda bajar el ritmo y dejar de sentir que todo recae sobre mis hombros. Soltar la idea de que mis ritmos deben ser los del capital. Seguir conectando con personas para repartirnos cargas y acompañarnos en los cuidados. El placer de no hacer nada debería ser eso: un placer y no un remordimiento.