Extraño las conversaciones largas

Estaba leyendo una biografía del Che escrita por Paco Ignacio Taibo II. Hay un capítulo en donde se narra la estancia del Che en Ciudad de México, en donde conoce a Fidel y a otros exiliados cubanos. En un párrafo, según varios testigos y el registro del diario del Che, se dice que Fidel y él tuvieron una conversación de unas 7 u 8 horas de duración que les alcanzó hasta la madrugada. Cosas similares llegué a leer en algunas entrevistas a Borges y a Cortázar sobre las largas conversaciones que tenían con otras personas hasta amanecerse.

La cosa no me sorprendió tanto porque alguna vez tuve experiencias similares, y es más, era algo que me pasaba con frecuencia cuando era más joven y estaba estudiando el bachillerato. Recuerdo haber tenido conversaciones muy largas con mis amistades sobre una variedad de temas: desde música, política, romance, economía, uso recreativo de sustancias y un montón de temas que se intercalaban, que daban paso a conversaciones múltiples que no era lineales. Entre estar leyendo la biografía del Che y recordar mis años de bachillerato me pregunté a mi mismo: ¿qué pasó con mi capacidad de tener conversaciones largas con otras personas?

La verdad es que sentí una especie de añoranza por esa situación y he estado dándole vueltas a algunas cosas que podrían ser las causas de que esas conversaciones largas hayan desaparecido de mi vida:

La sociedad del cansancio: sin duda muchas de las personas que me rodean están muy cansadas. Entre sus múltiples ocupaciones, algunas personas ya con familia, otras con trabajos muy explotadores doblando turnos, con problemas de salud mental, etc. Yo mismo a veces estoy demasiado cansado como para socializar con las demás personas y prefiero invertir las pocas energías que tengo en hacer algo que me distraiga un poco del mundo. Muchas de las veces me gustaría quedarme a conversar más tiempo con una persona, pero siempre decimos que tenemos que irnos porque hay algo más que necesitamos ir a hacer a tal o cual hora.

Las economías de la atención: las historias en las que me recuerdo teniendo conversaciones largas no estaban atravesadas por los dispositivos que ahora tenemos. No quiero que esto suene a que estoy culpando al móvil como el principal culpable de romper la dinámica de las largas conversaciones, pero lo que sí he notado es que cuando estoy conversando con alguien, a veces una llamada, una notificación, y la necesidad de estar atentes a cuestiones de su trabajo o su familia, interrumpen constantemente las conversaciones. Después de una llamada entrante o una notificación inesperada, es difícil retomar el ritmo por donde iba la conversación, y reiniciar un tema puede ser tardado y difícil. Nuestra atención siempre está en disputa, y por supuesto, hay muchas cosas que le ganan a nuestra atención que una conversación suelta y sin direccionalidad clara. Algunas personas se han comprado la idea del rendimiento, incluso en la manera en la que dialogan con otres, y a veces, yo también me la vendo.

Pérdida de referentes: otra cosa que he pensado es que en un mundo en el que ahora los referentes que cada quien tiene son más personalizados, a veces es difícil encontrar referencias comunes. En algún momento de mi vida recuerdo que Los Simpson eran un referente para casi toda la gente que me rodeaba y podíamos citar frases, referenciar capítulos y reirnos de cosas similares. Lo mismo pasaba con las películas y los libros que llegaban a nosotres. Usualmente leíamos y veíamos casi las mismas películas, porque las comprábamos piratas del mismo vendedor que nos hacía recomendaciones de acuerdo al perfil que teníamos las personas que nos juntábamos en el mismo lugar en el bachillerato. Por supuesto, tampoco es que de plano los referentes sean radicalmente distintos, pero sí se vuelve más difícil compartir referentes cuando hay un exceso de opciones de donde elegir a diario basadas en algoritmos que personalizan todo. Se pierde un poquito el sentido colectivo de la cultura a la que nos acercamos.

Cuando tengo estas reflexiones me siento un poco como el señoro rancio que anhela el pasado y ve con malos ojos todo lo que huela a presente. La verdad para mí no es del todo así. Hay muchas cosas que disfruto de mi presente y tampoco añoro volver al pasado, ni me compro la idea de que “todo tiempo pasado siempre fue mejor”. Pero lo que sí extraño es poder tener largas conversaciones con las personas que me rodean, poder repetir esa experiencia de cuando la dinámica social daba para aventarse conversaciones de horas, de manera poco interrumpida salvo por situaciones orgánicas del ambiente: ladridos de perro, una patrulla o ambulancia pasando, alguien entrando a la casa, o esos silencios disfrutables en los que las personas involucradas en la conversación se quedan digiriendo lo que se ha dicho hasta ahora.

Más que señoro rancio frustrado por un pasado que no volverá, me pregunto qué debo hacer para fomentar el regreso a esa dinámica. Porque creo que tampoco es tan difícil o imposible hacerla volver.