Cuidando plantas que me cuidan a mí
Hace tiempo que empecé a cuidar de algunas plantas en casa. La cosa empezó como suelen empezar muchas cosas: improvisadamente. Durante la pandemia muchas personas se dedicaron a cuidar plantas, pero yo no fui una de esas personas. Cuando terminó la pandemia en mi país se terminó la euforia por cuidar plantas, pero casualmente, fue cuando la mía inició.
Mi curiosidad surgió al leer un libro llamado Una trenza de hierba sagrada de la autora Robin Wall. Aunque ya había tenido contacto con algunas ideas del mundo indígena en América (me refiero a todo el continente), nunca había sentido esas ideas tan personales. La manera de transmitir el amor por la Tierra que tiene Robin, me puso a pensar y a sentir cosas que no había considerado sobre nuestra relación con otros seres.
Fui consiguiendo de poco a poco más plantas. Al ser yo inexperto algunas de ellas se secaban y morían, y otras tantas florecían y se fortalecían cada vez más. Incluso algunas de las primeras plantas que tuve cuando inicié este viaje siguen conmigo (sobre todo las suculentas que, en mi opinión, son unas guerreras). Un viaje que inició como una curiosidad, se convirtió en una oportunidad para sanar muchas experiencias terribles antes, durante y después de la pandemia.
La experiencia vivida por Robin y plasmada en su libro dejó de ser una curiosidad y se convirtió en una realidad. Sentí en carne propia el amor que uno puede sentir por el cuidado de otros seres. Bueno, no es que no tuviera esa experiencia previamente cuidando mascotas, pero extender los cuidados a especies no mamíferas era algo que yo no había hecho antes. Descubrí que así como cuidaba de estas plantas, las plantas me cuidaban a mí. Me ayudaban a sanar viejos dolores. Es, como si en el cuidado que profesamos a otrxs, hay una reciprocidad natural en la que recibimos siempre algo a cambio.
He pensado mucho en cómo llevar esta dinámica y experiencia a mis relaciones humanas, que son, por mucho, más complejas que las relaciones que podemos tener con una planta. Lxs seres humanxs tenemos nuestras resistencias, y también por vía de las ideas, podemos enfrascarnos en dinámicas que aunque nos son nocivas seguimos reproduciendo. A veces por simple inercia, otras veces por simple comodidad. Afortunadamente hoy día estoy viviendo una dinámica en la que puedo vivir de manera pausada, tranquila. No sé cuanto tiempo vaya a durar esta posibilidad, pero hoy por hoy, tengo tiempo para cuidar de las plantas y que ellas me cuiden a mí.
Algunas cosas que aprendí de las plantas es que cada una de ellas tiene sus ritmos, sus procesos, y que no podemos forzar o acelerar ese tiempo. Leía por ahí en un libro sobre la Torah judía que el tiempo es un elemento divino que conecta con el dios bíblico. Mis creencias no implican a un dios como ese Dios, pero me gustó la idea de sentir el tiempo como algo que nos une con lo divino, lo misterioso que hay en el mundo. Es tan desafortunado que hoy día estemos gobernadxs por el tiempo del capital, el calendario que actualmente usamos. Ese calendario suele servir para coordinar actividades productivas, pero no espirituales (entiendo que algunas religiones si han logrado coordinar ese calendario con sus festividades).
A mí me gusta pensar que no hay un dios, sino múltiples. No me gusta tomar esa idea de forma completamente literal porque mi ignorancia me impide realmente alcanzar esa verdad. Me gusta pensar que el tiempo de les dioses actúa de maneras muy diferentes al tiempo del calendario productivo. A raíz de eso, investigué un poco sobre el calendario azteca y el maya, culturas que aún viven en esta tierra que ahora llamamos México. Seguramente hay imprecisiones y errores en la manera en la que está sincronizado ese calendario con el actual, pero me estoy dando la oportunidad de contar los días con ese otro calendario -elegí el calendario azteca-. Hoy es el día águila en la trecena del conejo. Me gusta pensar que el dios conejo cuidará del tiempo, muy a su manera, durante estos trece días.
Las plantas me enseñaron tanto. Cuidaron de mí en un momento en que sentía que el sentido de vida había desaparecido. Es curioso como la recuperación del sentido puede estar tan cerca, en actividades y prácticas tan cotidianas que están siempre al alcance de nuestro cuerpo: como regar una planta, ponerle su abono, hablar con ellas, procurarlas... Si hoy es el día del águila-conejo me gusta pensar que el tiempo de les dioses me pide agudizar hoy mi mirada, como aquella del águila. Esa mirada que, a raíz de la necesidad de productividad capitalista, nos ha arrancado otras prácticas que no giren en torno a esa. Las prácticas de cuidados, como les llaman.
Aquí en casa ahora sé que vivo con unas roomies muy particulares a las que cuidado y que me cuidan. Me enseñan sus maneras muy otras de estar vivo. Estamos tan enfrascadas en nosotres mismes que pensamos que el acto de vivir sólo se puede experimentar como humane. Pero hay otras formas de estar vive, y las plantas me enseñan a estrechar mi mirada de águila y aprender de otras formas de vivir. ¿Cómo extender esta dinámica a las relaciones humanas? Me vuelvo a preguntar y hoy no tengo una respuesta tan clara. Siento las relaciones humanas desarticuladas a raíz de muchos procesos que se han dado últimamente a nivel social y global.
Lo que sí tengo en claro es que, sí, otras formas de vivir son posibles y hay que construirlas. No es necesario correr -al menos por ahora-. Las plantas me han enseñado que necesitamos tiempo para crecer, para fortalecernos, extender nuestras raíces...sí, los tiempos de les dioses son diferentes, y mi impaciencia es tan humana.